lunes, 11 de agosto de 2008

De metaliteratura y otras ofensas

Se nos ocurrió una noche mencionar en medio de algunos tragos, acompañados aquel día por Martín Franco, que Bolaño se había convertido en una especie de moda entre cierto tipo de..., digamos, lectores. Después Carlos A. fue más lejos y comentó en Libélula Libros que los lectores de Bolaño eran una suerte de esnobistas. Ese fue el comienzo de una serie de chistes y comentarios con más de un sentido de uno y otro lado. Sin embargo, ninguna respuesta al comentario fue tan dura como la de Misael Peralta, quien publicó el siguiente texto, en el Boletín de Libélula, en contra de la afirmación de Carlos A. Lo ponemos en este blog por una razón: sabemos que fuimos atacados en lo más profundo de nuestros egos, pero no sabemos cómo. Ambos hemos tomado la decisión de salir a defender nuestro honor, pero como no estamos seguros acerca de qué es exactamente lo que nos están diciendo, les pedimos el favor a nuestros lectores de que nos pongan en el lenguaje de nuestro querido Echandía estas palabras, a ver si por fin entendemos.

Metaliteratura e intertextualidad

Por la boca muere el pez, dicen. La literatura es también un pez que pocas veces se aborda por la boca y muchas veces por la estructura, la forma, la poética, la gramática, la trama –palabras que matan a otras palabras, que esquivan la boca, en supuesto-.
La boca entonces puede ser pluma, o ahora -para ser menos romántico-, tecla. El autor (A) (ese personaje irresoluto cada vez más ambiguo, más oscuro, más indescifrable) desaparece en los contornos de la literatura cuando más se planea encontrarlo. Casi lo mismo pasa con el lector (L). Se define más la identidad de L en lo que no se lee o en lo que está por fuera de los libros.
¿Qué está por fuera de los libros? Cada vez es más difícil establecer esa barrera porque la literatura, de alguna forma, se inventa la vida, y la vida se confunde y se rinde ante el riesgo de la ficción o de la recreación.
Aparecen entonces los detractores (que son muchos y radicales), de las dos palabras que –a modo de boca- titulan este texto. Y ante la confusión y el horizonte desdibujado de L y A, se tientan muchos a tomar posición, y los que quedan al otro lado de los detractores, somos (nombrados) esnobistas.
La palabra tiene un corte que parece lascivo, pero que finalmente redunda en coherencia.
Básicamente un esnobista es un imitador. Un imitador –con afectación.- de las maneras y opiniones de aquello o aquellos que considera distinguidos. (según el diccionario de la RAE).
Suena mejor entonces. L imita con afectación (¿con conmoción?) esas voces de la literatura, sus cortes, sus estilos, y los apropia. L y A se confunden, la vida y la literatura llenan de niebla los estuarios que guían sus corrientes.
Esa carencia de certezas abre las puertas de ese hermoso riesgo de perderse en las letras y dejarse ir en las palabras. La metaliteratura, blindada palabra, cubre los hilos desde los tiempos del Quijote, de
Niebla, de Borges, y ahora de Bolaño, de Vila-Matas, de cada A que se ha asumido en la crisis de morirse por la boca, en cada tecleo que constituye su obra.
Intertextual, cada diálogo espontáneo, cada objeto que se connota frase o personaje de papel, cada recuerdo, cada libro que se crea como parte de varios, cada ejercicio Proppiano -o inapropiado-, cada frase que refugia a otra que no se delata o se esconde entre las páginas mohosas de un libro cerrado.
Palabras, palabras que cuando saltan a la evidencia, cuando desfilan pomposas, se piensan absurdas y carentes de todas las virtudes clásicas de la literatura. Palabras, que en supuesto, acaban con el pez, con la literatura.
Palabras, que transforman al pez L, y que pueden causarle malestar estomacal o infección, pero que también le pueden mostrar esa sustancia connatural a todo lo que ingiere, a todo lo que vive en el aleteo de las páginas. Aleteo, bello aleteo de Libélula, que durante siete años nos ha dejado reinventar la ciudad y encontrarnos con otros lectores confundidos, autores posibles, personajes inventados, peces con riesgo de intoxicación o gula, que coinciden en la casualidad de la ficción o de la invención de lo real.
Misael Alejandro Peralta—Libélula libros