jueves, 19 de febrero de 2009

Cara o cruz


La filosofía es un género literario con mala fama: algunos de los grandes son indiscutiblemente escritores aburridos, densos, difíciles (Aristóteles –aunque este caso es dudoso, puesto que sólo se conservan sus apuntes de clase. Cicerón, que alcanzó a conocer las obras publicadas del Estagirita, dice que su prosa “fluye como un río de oro”, aunque no nos imaginamos qué tan fluido pueda ser el metal—, Kant –un caso inexcusable—, Hegel –Ibídem— y un largo etcétera). Sin embargo, hay subgéneros que parecen propicios para la buena escritura, en los cuales los grandes descuellan no sólo como pensadores profundos, sino también como escritores notables. Es el caso de la filosofía moral y política: Platón, Hobbes, Locke, Rousseau, Voltaire, Diderot, Nietzsche, Dostoievski y otro largo etcétera (este etcétera sí que es un autor famoso). El siglo XIX conoció quizá la mayor nómina de grandes novelistas que son también grandes moralistas (una pregunta: ¿puede un gran novelista no ser también un gran moralista?). No sabemos si Diario de un mal año, de Coetzee, sea una gran novela. Lo que sí es cierto es que es una estupenda obra de filosofía moral y política. A continuación trascribimos uno de los tantos pasajes donde el narrador reflexiona sobre la naturaleza de la democracia. Un pasaje que hace recordar las mejores páginas de Hobbes e, incluso, el diálogo entre el Guasón y el fiscal en El caballero de la noche, donde el criminal le dice al justiciero: “Soy un agente del caos, ¿sabés por qué me gusta el caos?: porque es justo”:

"Contar votos puede parecer un medio para averiguar cuál es la verdadera (es decir, la más ruidosa) vox populi; pero el poder de la fórmula del primogénito varón, radica en el hecho de que es objetiva, sin ambigüedad, y está fuera del campo de la discusión política. Lanzar una moneda al aire sería igualmente objetivo, igualmente carente de ambigüedad, igualmente indiscutible, y, en consecuencia, igualmente podría afirmarse (como se ha afirmado) que representa la vox dei. Nosotros no elegimos a nuestros dirigentes lanzando una moneda al aire (lanzar monedas se asocia con la actividad del juego, de baja categoría), pero ¿quién se atrevería a afirmar que el mundo estaría en peor estado de lo que está si sus dirigentes hubieran sido elegidos desde el comienzo por el método de la moneda?

Al expresarme así imagino que estoy argumentando esta actitud antidemocrática ante un oyente escéptico que continuamente comparará mis observaciones con los hechos sobre el terreno: ¿cuadra lo que digo de la democracia con los hechos acerca de la democrática Australia, el democrático Estados Unidos, etc.? El lector debería tener presente que por cada Australia democrática hay dos Bielorrusias o Chads o Fijis o Colombias que igualmente suscriben la fórmula del recuento de papeletas de voto".

A propósito, la primera novela de Philip K. Dick, Lotería solar, imagina un mundo en el que el máximo gobernante es elegido mediante una lotería. Quien quiera, sólo escríbanos y se la mandamos.

Coetzee, J. M. Diario de un mal año, Debols¡llo, 2009, p. 24.

jueves, 12 de febrero de 2009

Dan ganas de balearse en un rincón 3


Hace poco Camilo Jiménez publicó una selección de fragmentos desafortunados de escritos que ha tenido que padecer en su trabajo como jurado de concursos literarios o como editor. La presentación de los fragmentos la hizo por secciones, con títulos burlones cada una y sin presentar los nombres de los autores. Luego alguien (algún organizador de uno de los concursos quizá), le pidió que retirara la entrada. Entonces se produjo una polémica sobre si había sido un error por parte de Camilo publicar esos fragmentos. Nos parece una buena ocasión para recordar algunas cosas.

Uno de los críticos de Camilo escribió: “Salir a ventilar lo que la gente envió de buena fe –incluso, en algunos casos, con ilusión— es un acto de perversidad, una bajeza”. Esa frase admite abiertamente que “lo que la gente envió” olía mal. Lo que les parece más mal a algunos –incluido el autor anónimo de la frase— es que Camilo haya publicado esos fragmentos para burlarse. Aquí parece haber una asimetría: si cualquiera publica esos mismos fragmentos para elogiarlos (ahí sí con los nombres de los autores), entonces es probable que los críticos no digan nada. Pero eso no tiene sentido, porque si se puede publicar algo para elogiarlo, entonces es obvio que también se puede hacer lo contrario.

Carlos Castillo, por su parte, dijo que el error de Camilo consistió en no haberles pedido permiso a los organizadores de los concursos o los directores de la revista adonde fueron enviados los olorosos manuscritos. Suponemos que Castillo admitiría que no habría error en el caso citado de la publicación elogiosa (a no ser con respecto a los derechos, quizá). El argumento de Castillo es que lo que hizo Camilo “traiciona la buena fe de los organizadores de los premios…” ¿Por qué? Conocemos muchos concursos literarios, y en ninguno hay una cláusula que les prometa a los participantes que los jurados o los organizadores no se van a burlar si los escritos les parecen malos, o ridículos o lo que sea. Además, la intención obvia de quien manda un escrito a un concurso o revista es que lo publiquen, y publicar es eso: exponerse.

El anónimo también sugirió que la burla era una suerte de atentado contra la integridad de los autores: ¡que el diablo nos coja confesados! (autopromoción: lo cortés no quita lo hijueputa). Lo único que merece respeto son las personas, no las creencias ni las ideas (si no fuera así, cualquier crítica de una idea o escrito sería una afrenta personal). Aún más, en muchos casos la libertad de expresión implica la burla, el escarnio (¿habrá que censurar entonces a los caricaturistas, a los escritores satíricos, a Tola y Maruja?). La base de la libertad de expresión es la tolerancia, no el respeto. Tolerar significa, precisamente, aguantarse la expresión y práctica de ideas y costumbres que uno no respeta. Orwell lo dijo con sencillez: “si algo significa la libertad de expresión es precisamente la posibilidad de decirle a la gente lo que no quiere oír”. Isaiah Berlin, explicando la famosa defensa de la libertad hecha por John Stuart Mill en On Liberty, dice:

“Mill creyó que mantener firmemente una opinión significaba poner en ella todos nuestros sentimientos. En una ocasión declaró que cuando algo nos concierne realmente, todo el que mantiene puntos de vista diferentes nos debe desagradar profundamente. Prefería esta actitud a los temperamentos y opiniones frías. No pedía necesariamente el respeto a las opiniones de los demás; lejos de ello, solamente pedía que se intentara comprenderlas y tolerarlas, pero nada más que tolerarlas. Desaprobar tales opiniones, pensar que están equivocadas, burlarse de ellas o incluso despreciarlas, pero tolerarlas. Ya que sin convicciones, sin algún sentimiento de antipatía, no puede existir ninguna convicción profunda; y sin ninguna convicción profunda no puede haber fines en la vida… Ahora bien, sin tolerancia desaparecen las bases de una crítica racional, de una condena racional. Mill predicaba, por consiguiente, la comprensión y la tolerancia a cualquier precio. Comprender no significa necesariamente perdonar. Podemos discutir, atacar, rechazar, condenar con pasión y odio; pero no podemos exterminar o sofocar…”

En conclusión: si no quiere que nadie se burle de su manera de pensar o de escribir, entonces mejor no publique ni intente publicar; mejor no mande sus preciosos manuscritos a ninguna parte y trate de mantenerse callado.

El resto de los argumentos, casi sobra decirlo, eran variantes aproximadamente idénticas de razonamiento ad hominem: que los amigos se publican entre sí, que entre los fragmentos ultrajados por Camilo había cosas mejores que las escritas por los amigos de Camilo, etc. No vale la pena responder: ahí están las Refutaciones sofísticas de Aristóteles, o cualquier tratadito reciente de lógica elemental.

Nos van a perdonar.

martes, 3 de febrero de 2009

Augusten Burroughs: En el dique seco


Las razones por las que uno se convierte en lo que se convierte son fáciles de identificar según la cháchara sicoanalítica. Pero para los incrédulos, mencionar esas razones en primera persona es el más claro indicio de autocompasión, o de que uno está empezando a ofrecerle disculpas a la policía. Rara vez, sin embargo, dicha enumeración es además buena literatura. Pero Augusten Burroughs sabe escribir sobre sí mismo con gracia y arte. Para la muestra, un fragmento de su último libro (¿novela?), publicado recientemente por Anagrama:

"En realidad me sorprende haber llegado a ser un bebedor, teniendo en cuenta cómo era mi padre. Bebía tanto que yo casi no me daba cuenta de ello. Hay padres que tienen bigote, otros que llevan gorras de béisbol y el mío era un padre que tenía un vaso pegado a la mano. Nunca me resultó extraño. No pensaba: "Oh, mi papá es un alcohólico". Simplemente pensaba que siempre tenía sed.

Por otra parte, bien podría deberse a la serie Embrujada.

Yo era un adicto a Embrujada cuando era un crío. Adoraba a Darren Stevens Primero. Cuando volvía a su casa Samantha le decía: "Darren, ¿quieres que te prepare una copa?". Él siempre dejaba su maletín en el vestíbulo, sobre una repisa con espejo, y se pasaba un pañuelo con su inicial por la frente. Luego decía: "Que sea doble".

Me voy a la cama, me siento en el borde y me hundo en el edredón de plumas y en el mullido colchón. Siento que soy muy afortunado por tener una cama tan estupenda donde poder sentarme durante mis ataques de ansiedad. ¿Por qué seré tan ansioso? Entonces me doy cuenta de que mi problema no es la ansiedad, sino la soledad. De que estoy solo de un modo profundo y terrible. Durante un segundo soy consciente de lo arraigado que está ese sentimiento de soledad en mí. Y me acojona sentirme tan solo porque resulta catastrófico. Es igual que ver un coche en el mismo momento en que te atropella. Pero entonces, de repente, ese sentimiento se desvanece y me quedo con la mente en blanco. Como si una puerta se entreabriera lo justo para fijarme bien y captar todos los detalles. Sólo lo necesario para darme cuenta de que toda la estancia necesita una buena limpieza a fondo".

Augusten Burroughs, En el dique seco, Anagrama, 2008, pp. 48-9.