jueves, 11 de septiembre de 2008

Condenado por la ley y perdonado por nosotros: Tibor Fischer, Filosofía a mano armada


Nacido en Londres en 1959, de padres húngaros, su primera novela –Bajo el culo del sapo— pasó por el escritorio de 50 editores antes de que una pequeña editorial se decidiera a publicarla. Vino otro golpe de suerte: apenas publicada esa primera obra, Granta incluyó a Fischer en la lista de los mejores escritores ‘jóvenes’ (claro, se supone que con menos de 40 uno es joven) británicos. Su segunda novela, Filosofía a mano armada, fue mucho más fácil de publicar después del espaldarazo de Granta, y es una comedia negra del pensamiento. Eddie Féretro, profesor de filosofía en Cambridge, borrachín perdido y estafador de fundaciones culturales, sale por la puerta trasera de la universidad al ser sorprendido por la policía en el suelo de un cuarto de hotel, rodeado por revistas de pornografía infantil. Viaja a Francia y, en una serie de episodios delirantes e hilarantes, se une a Hubert, y conforman entre ambos La banda del pensamiento, un dúo de atracadores de bancos con ideas filosóficas. He aquí algunas de las reflexiones de Féretro:

Mientras está esposado, en pelota, tirado bocabajo y con una bota policial en la espalda:

“El problema con Nietzsche –quien, en cualquier caso, nunca dio instrucciones sobre el comportamiento que debe seguirse mientras se está esposado sobre un suelo helado en circunstancias indignas— es que uno nunca puede saber con seguridad cuándo está diciendo una imprudencia y cuándo no”.

Luego de que le muestra una pistola a un sujeto que pretende pegarle:

“Lo bueno de la fuerza bruta es que funciona. La fuerza bruta tiene mala prensa porque la gente que se dedica a la prensa no sirve mucho para emplearla. Es verdad que la retórica tiene sus méritos, y quizás habría sido un logro más importante haberlo persuadido de la locura de la beligerancia, pero nos habría llevado largo tiempo, y estábamos interrumpiendo el tráfico”.

“Tener en la mano una pistola es como estar en el lado correcto de un diálogo socrático”.

Diálogo con Hubert, antes de atracar un banco:

“—¿Qué método filosófico vamos a usar?— preguntó Hubert.

—¿Estás tomándote esto en serio?– comenté, cuando vi que sacaba un cuaderno. Especulé acerca de lo que podría impartir en los diez metros que nos separaban del banco. –Muy bien. Vamos a tomar la escuela del sentido común. Un nódulo muy subestimado. Los muchachos la silenciaron como si amenazara con llevar el negocio a la bancarrota. John Locke, 1632-1704, fue su mejor representante. Está la obra de Thomas Reid 1710-1796. Lee Investigación de la mente humana sobre los principios del sentido común, de Reid. Respaldado por Gemeinsinn de Mendelsohn en su Morgenstunden. Créeme, podría seguir. El sentido común nos dice que entremos ahí con una gran pistola y nos llevemos el dinero”.

Más adelante:

“—Explícame sólo lo esencial— me decía Hubert una y otra vez.
Sólo porque damos por descontado que se necesitan varios años de estudio de la filosofía en la universidad para poder tener un empleo ¿es de veras así? Seguramente, si uno sabe algo, debería ser capaz de diseminarlo en una muestra de precio reducido.
Se me ocurre que con las demandas que se nos hace en nuestro tiempo de ocio, una cartera de mano del tamaño de una billetera capaz de contener los Diez Principales éxitos filosóficos podría ser una empresa rentable. Garabateé algunas de las prosificaciones más sobresalientes:

1. «Hoc Zenon dixit»: tu quid? (Séneca).
2. On ne saurait rien imaginer de si étrange et si peu croyable, qu’il n’ait dit par quelqu’un des philosphes (Descartes).
3. Stupid bin ich immer gewess en (Hammann).
4. Temístocles al mando de una cuadriga tirada por cuatro rameras a través del ágora de Atenas, en el mejor momento del negocio.
5. Ceno, juego un partido de backgammon, converso y me alegro con mis amigos; y cuando después de tres o cuatro horas de diversión me propongo retornar a estas especulaciones, me parecen tan frías y tensas y ridículas, que no puedo encontrar en mi corazón la manera de avanzar más en ellas (Hume)…”

Un último diálogo, a la manera platónica:

“Hubert insistió en otra píldora filosófica antes del golpe, de modo que, después de haberle informado debidamente, hicimos un socrático. –Entonces, Hubert, ¿qué es lo que propones? –Propongo que busquemos trabajos honestos. –¿Cuál sería, Hubert, el motivo para ello? –Ganar dinero. –¿Te parece posible que tú, una ruina sin talento e infraeducada, y yo, una ruina sin talento y sobreeducada, podríamos conseguir algún puesto de sueldo razonable? –Lo dudo muchísimo. –¿Y no sería más eficaz caminar hasta ese banco que tenemos delante y despojarlo de su lucro? –¿Debería protestar un poco más?”

Una sugerencia interesante: los filósofos se dedican a buscar la verdad, pero su problema es de método. Féretro nos recuerda que si le aplicas una picana al cliente en los testículos, es muy probable que obtengas la verdad, toda la verdad

Tibor Fischer, Filosofía a mano armada, Tusquets, 1997.