Los recientes acontecimientos del teatro nacional, sobre todo los sainetes ejecutados en el auditorio de la Casa de Nari, nos hicieron recordar (no sabemos por qué; asociación libre quizá) el discurso de celebración que el payaso Grapatax le dirige el gran Jerarca Enoch en Baol, una tranquila noche de régimen, la hilarante novela de Stefanno Benni. Así que, mientras nos inspiramos para otra entrada, aquí repetimos, motilado, el discurso (advertencia: cualquier parecido con la realidad es pura mentira de la oposición):
"¿Sabré hallar las palabras adecuadas? Espero que sí.
Dicen que el jerarca Enoch es un mafioso. Él lo niega. Si me veis en los restaurantes que frecuentan los mafiosos, no por ello soy un mafioso. ¿Acaso a quienes frecuentan los restaurantes chinos se les acusa de ser chinos? Tiene razón.
Dicen que Enoch forma parte de una logia secreta de encapuchados que se intercambian favores y traman intrigas y se regalan bancos unos a otros. Pero, ¿no es ello acaso normal sociabilidad humana? ¿Acaso no es en cierto sentido una secta una familia, un grupo solidario, un equipo de fútbol, una muchedumbre de linchadotes? ¿Amaremos acaso al moralista cínico y solitario, al estéril anacoreta, al altivo ermitaño, y no, mejor, la compañía de los más queridos amigos? […]
Dicen que Enoch hace asesinar a todos los jueces que quieren condenarlo. Pero, ¿es que acaso nuestra Constitución no proclama el derecho de todo acusado a su defensa?
Enoch, dicen, es también un corruptor. Pero es un corruptor honrado. En veinte años de corrupción, jamás nadie ha recibido de él una cifra inferior a la pactada. Es más: a veces, por iniciativa propia, añade alguna cantidad al porcentaje, al soborno. ¿Cómo describir la alegría del corrompido que se ve corromper más allá de sus méritos? ¿No sabéis que hay funcionarios que han de aguardar meses y meses para recibir el pago de sus corruptores y que, frecuentemente, no reciben más que letras de cambio y cheques sin fondos? ¿No es todo ello deshonesto? Y bien, Enoch está hecho de otra madera.
Enoch, dicen, vende armas. Ciertamente es así. Pero un arma es un objeto como cualquier otro. No dispara por su cuenta. Nadie muere por el mero hecho de tener un arma en la mano. ¿Acaso condenamos al salchichero por el hecho de vender jamones? Y, sin embargo, un jamón puede volverse mucho más peligroso que un arma. Comido en cantidad desmedida puede matar por indigestión, triglicéridos, botulismo, sofocón. Desprendiéndose del techo de un sótano puede truncar más de una vida. Además, el jamón nace de un delito. No hay que matar a un cerdo para hacer una pistola. Para hacer un jamón, sí […] Entonces, repito, ¿es acaso Enoch peor que un salchichero? […]
Enoch ha abandonado a su mejor amigo en manos de los terroristas y dejó que lo asesinaran sin mover un dedo. Porque puso el Estado por encima de la amistad.
Enoch también ha intentado un golpe de Estado. Porque puso la idea del Estado por encima del Estado.
Enoch se ha enriquecido mucho, dicen las fábulas. Tiene un velero de cincuenta metros […] Tiene una mansión repleta de obras de arte, ciento sesenta metros de impresionistas, doce metros de Caravaggio, trescientos kilos de Picasso, una pila de Klee así de alta y un montón de Chagall […]
Enoch mantiene a ciento doce queridas y a cada una le ha regalado un anillo de brillantes, un coche con chofer, un apartamento, un canal de la tele y un despertador de cuarzo. Tiene terrenos, villas, bancales, […], islas y viñedos.
¿Y bien? ¿Hay algo de malo en querer poseer un techo, amar el arte, hacer regalos a las personas amadas?
Enoch, dicen, es el propietario del noventa por ciento de los periódicos y quiere el monopolio completo de la información. Embustes. No sé dónde lo habéis leído, pero aguardad otro diez por ciento y no volveréis a leerlo.
Enoch, dicen, es un hombre peligroso para nuestra democracia. No logro ver ese peligro. A decir verdad, tampoco logro ver a nuestra democracia […]
Tal vez algún día Enoch os mate. Como para morirse de risa".
viernes, 24 de octubre de 2008
martes, 7 de octubre de 2008
Ramón Illán Bacca
Viejo querido, inteligente y conversador insuperable, Ramón Illán ha ido dejando ahí, como buen costeño, como quien no quiere la cosa, una obra narrativa cuya lectura siempre es regocijante. Ya es hora de que alguien reedite Débora Kruel (novela) y Marihuana para Göering (cuentos), dos de sus mejores libros. Para que queden antojados, aquí dejamos un fragmento de “Marihuana para Göering”, la historia de un juez ingenuo pero quizá por eso mismo justo, que se enfrenta solo, aun con la policía en contra, a un mafioso guajiro en plena bonanza marimbera. Quien quiera conocer el destino del juez Göering, pues búsquese alguna de las escasas ediciones del libro, que este blog no está para violar los derechos de autor de los baccanes.
Marihuana para Göering
Una noche, cuando veía en el cine a Rosita Quintana y Arturo de Córdova bailar un bolero intenso, el secretario le tocó el hombro interrumpiéndolo.
-- Perdone, pero es urgente. Hubo un lance con resultado de dos muertos y un herido.
-- ¿Qué fue exactamente, secretario…?
-- Bueno, pues yo oficialmente no sé nada, pero dicen que fueron Chicho y José Durán, usted sabe, cosas de marihuana, un mal reparto tal vez…
Se hicieron todas las ritualidades del levantamiento de los cadáveres y al lado de uno de ellos se encontró un sombrero con las iniciales de José Durán en el dorso. "Que se tome como indicio necesario", ordenó. "No se lo recomiendo", le aconsejó el secretario. Esto sólo logró enfurecerlo. "Haga lo que le digo". Así se hizo, no sin que antes el secretario arqueara las cejas y mirara dubitativamente a los policías acompañantes.
Prosiguió con bríos el sumario. Era su primer gran caso y por primera vez decidió tomar las riendas del juzgado y aprender. Estaba poseído del espíritu de la Investigación Göering versus Marihuana. Ante la reticencia de su secretario, él mismo, de su puño y letra, dictó la orden de captura contra José Durán.
El "Repórter Esso" como se llamaba a la comadrona del pueblo, le aconsejó: "no hagas nada. Haz como el anterior juez, échale tierra al asunto. Durán es capaz de matarte".
No hubo fuerza en el mundo capaz de disuadirlo, ni aun con morbo, pues la comadrona empezó a tironearle los dedos de los pies. Refinamiento Oriental aprendido en "Selecciones" (Memorias de un marino gringo en el Japón, cuyo apellido era Butterfly).
Cualquier tarde y cuando estaba en un taburete sentado en la puerta del juzgado, arregostado contra la pared y leyendo el periódico del día anterior, oyó el alboroto. Alguien preguntaba por él a grito pelado. Pronto tuvo en frente a un hombre alto, fornido, moreno con un sombrero colosal y el par de revólveres más grandes que hubiera visto en su vida.
-- "Yo soy José Durán y usted me mandó esto"— agitó frente a su cara la boleta de captura.
"Ciertamente" –contestó el juez con un hilo de voz mientras con la mirada buscaba desesperadamente algún policía. Estos habían desaparecido en lontananza. Se sobrepuso sin embargo y le dijo:
--"Pase a mi despacho, que necesito formularle algunas preguntas".
Para su sorpresa, el hombre accedió sin protestar. El secretario, con las manos temblorosas, no podía meter el papel en la máquina de escribir.
-- “Pero antes se me quita el sombrero”. No sabía de dónde estaba sacando tanta fortaleza, pero se sabía representando toda la majestad de la justicia.
El hombre presentó una declaración amañada en donde la ayuda del secretario fue decisiva. Si el juez hubiera sido más atento lo hubiera notado, pero su inocencia en cuestiones de procedimiento era total.
Más tarde, al verlo pasar cerca al bar, José Durán le gritó:
-- “Ajá, juez, ¿y cómo van esos sumarios…?”
Sintió arderle el rostro de rabia e impotencia. Alcanzó a ver de reojo que Durán conversaba con el marido de Josefa Pastora y sintió que daba el salto de la angustia al miedo.
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