Una vieja enseñanza filosófica dice que es una falacia argumentar en contra de la persona y no de las ideas o la obra. Pero cómo son de sabrosas las falacias. A continuación, una pequeña dosis de mala leche, que siempre es buena para empezar o terminar el día, la semana o el año.
Raymond Chandler. En una carta a Blanche Knopf, se expresa en los siguientes términos sobre uno de sus (de Chandler) más famosos colegas:
“... espero que llegue el día en que no tenga que ver mi nombre junto al de Hammett y James Cain, como un mono de organillo. Hammett está bien. Le concedo todo. Hubo una cantidad de cosas que no supo hacer, pero lo que hizo lo hizo excelentemente. Pero James Cain... ¡por favor! Todo lo que toca queda oliendo a chivo. Es en todos los detalles la clase de escritor que yo detesto, un faux naïf, un Proust en guardapolvo grasiento, un niñito de mente podrida con una tiza y una pared y nadie mirando. Esa gente es la hez de la literatura, no porque escriban sobre cosas sucias, sino porque lo hacen de un modo sucio. Nada duro y limpio y frío y ventilado. Un burdel con un olor de perfume barato en la sala y un balde con agua jabonosa en la puerta trasera. ¿Yo sueno así? Hemingway, con su eterna bolsa de dormir, llegó a ser bastante cansador, pero al menos Hemingway lo ve todo, no sólo las moscas en el cubo de la basura”.
Y en una carta a Charles Morton:
“Hubo una época en yo habría adorado la clase de trabajo que hace usted, pero habría sido incapaz de hacerlo... ustedes tienen una obligación también. Esto es, evitar la escritura pomposamente mala y la clase de tedio que se produce cuando se deja que unos imbéciles flatulentos pontifiquen sobre cosas de las que no saben más que el vecino, si es que saben tanto. Hay un ejemplo asombroso (para mí) de esto en el Harper's de noviembre, llamado “Saludo a los literatos”. Observe:
Pues los escritores son personas de peculiar sensibilidad a los vientos de doctrina que soplan con especial violencia en un momento de cambio rápido; algunos más que otros, pero ninguno, salvo el completo burócrata, del todo inmune.
Considero esta frase como una vergüenza para la prosa inglesa. No dice nada y lo dice sonoramente. Sigo:
Reaccionan de este modo y de aquél; se resisten a las corrientes y corren con ellas: y mientras algunos producen obra de poco valor en términos literarios u otros, otros de mayor capacidad y sustancia, en consecuencia de mayor importancia, exhiben las mismas tendencias en escritos de un alto grado de excelencia.
¿Se dice algo ahí que no pudiera decirse con un eructo? Un poco después dice:
Cuando la actual guerra estaba preparándose, las marcas máximamente indicativas del sismógrafo literario estaban en rojo.
Cuando le mostré esto a mi pequeño sismógrafo empezó a indicar breves palabritas en un feo matiz del violeta, y tuve que encerrarlo en un cuarto a oscuras.
“Máximamente indicativas”, “sismógrafo literario”, “correr con la corriente”, dos mil años de cristianismo y esto es lo que puede mostrar una revista literaria. ¡Vergüenza para todos ustedes!."
Tomado de El simple arte de escribir, Emecé, 2004. Traducción de César Aira.
Tibor Fischer. En una reseña de Yellow dog de Martin Amis:
"Yellow Dog isn't bad as in not very good or slightly disappointing. It's not-knowing-where-to-look bad. I was reading my copy on the Tube and I was terrified someone would look over my shoulder (not only because of the embargo, but because someone might think I was enjoying what was on the page). It's like your favourite uncle being caught in a school playground, masturbating.
The way British publishing works is that you go from not being published no matter how good you are, to being published no matter how bad you are.
Louis de Bernières and I once attended a talk by John Fowles , which was painfully boring and trite (in his defence, Fowles was seriously ill).
Halfway through, Louis reached into his pocket, pulled out a railway ticket, scrawled on it and handed it to me. It was a signed authorisation to shoot him if he ever became an old bullshitter. I think I'll be sending Louis an authorisation to shoot me if I ever produce anything like Yellow Dog.
Someone, perhaps his friends, his editors, or even his agent, Andrew Wylie, should have said something to Amis".
Aparecida en The Guardian.
Vargas Vila. La primera cuota colombiana. Borges reseña la siguiente afrenta como “la injuria más espléndida que conozco”, y a continuación agravia a Vargas Vila, diciendo que el insulto del colombiano es “tanto más singular si consideramos que es el único roce de su autor con la literatura”. He aquí el dardo:
Los dioses no consistieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo, muriendo en él. Ahí está vivo, después de haber fatigado la infamia.
Tomado de Borges, "Arte de injuriar", en Historia de la Eternidad, en Obras completas (1923-1972), Emecé, 1978.
Otro colombiano. Sobre Las ceremonias del deseo de Sandro Romero Rey, Carlos A. Almeyda dictaminó:
"Desde la fotografía que sus editores tuvieron a bien destacar en la portada del libro, el ejercicio local de un pequeño festival Woodstock, se sabe del camino que tomarán los relatos contenidos en Ceremonias del deseo, libro ganador en 2004 del Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá...
De entrada me encuentro con una serie de cuentos reunidos bajo el nombre Pasado(s) de moda en los cuales el Rock es algo más que un inofensivo Leitmotiv, un homenaje demasiado emocional —melodramático casi siempre— a los abuelos del Rock y, como era de esperarse, al Caicedo de Noche sin fortuna. Romero Rey toma incluso frases de su tan querido suicida de provincia como aquel despescuezonarizorejamiento —proyecto de nombre para un libro de Andrés Caicedo más o menos reciente que Romero Rey rescató para la Editorial Norma—, en aras de saber si fue primero la gallina o el Rock, transliteración involuntaria de aquel Cine o sardinas de Cabrera Infante, algo así como "Si hay cine no hay comida", y en este caso, "Si hay concierto ni mierda de pollo". Vaya perogrullada. El asunto se resuelve con una desbocada ovación a los ídolos, lugares comunes, y a la careta escénica de estos desentendidos fanáticos de Bill Haley, Bo Diddley, Jerry Lee Lewis, Chuck Berry, Little Richard, etc., etc. Un cuento sobre un músico que jamás llega a presentarse, otro sobre las peripecias médicas de un Iggy Pop perdido por estos lares del trópico y un último relato delirante —entiéndase: delirante hasta el hartazgo— sobre Frank Zappa. La segunda parte del libro lleva por nombre Correspondencia(s) y hecha mano de un par de sucesos, también referentes al Rock, como la visita de David Gilmour, Roger Daltrey o Charly García a Colombia. La tercera parte, Labiales y rave parties es la consumación de la hilaridad creciente que parecía delatar a Romero Rey en su adolescencia tardía. En general, este libro de cuentos es un breve descenso a los avernos. Al fondo, como una cuestión dantesca, esperan Los Rolling Stones, Led Zepellin o los Sex Pistols. Un par de relatos vertiginosos —El triunfo de la (mala) voluntad y Los cuernos de «rinôçérôse»— a todas luces fruto de una dosis opípara de Cannabis sativa, nos llevan a un festival imaginario: El Woodstock de Corferias, el recuento onírico de las obsesiones cinematográficas y musicales de un Romero Rey dramaturgo —aunque no veamos por ningún lado un discurso de tal naturaleza en estos cuentos—, fanático de una fila interminable de músicos, algo recurrente en sus citas y su alambicada emoción y fatalmente influenciado por libros como Qué viva la música, ya sabrán de qué autor desaparecido a los veinticinco años.
La pérdida de ese salvavidas que proporciona el saber hasta qué punto un cuento se pervierte para convertirse en un viaje de psicotrópicos o en el ejercicio juvenil que un hombre ya entrado en años creyó de alguna importancia dentro de su libro, sustrae a ratos la lectura de su valor literario. En cuanto a este descenso visto en las tres partes ya comentadas, al final del libro y como adecuado cierre a su selección, una cuarta parte propone un nuevo camino para el lector. Los dos cuentos contenidos en Ceremonias del deseo —título del apartado al igual que de la suma del libro—, Auriculares y ventrículos y La fidelidad, nos plantean un acercamiento un tanto más sensible y menos fragmentario a las visiones y expectativas de este melómano que ha escrito un compilado de cuentos tan disímil como el presente. Ejercicios psicológicos, más estructurados en su hilo narrativo y, según se ve, más maduros en su estética y gestación.
La lectura no está de más, pese al canon prestado de la contracultura, el vino barato y los alucinógenos. Nada más que un refrito para excusar su necesidad de seguir hablando de lo mismo: bragas, papas fritas y Rock and Roll".
Tomado de http://www.epigrafe.com/contenido/res_detalle.asp?lib_id=18
viernes, 2 de noviembre de 2007
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4 comentarios:
Motivado por varias reseñas elogiosas desembolsillé unos cuantos pesos para llevarme Niños muertos, del señor Amis. Tenía expectativas, para qué. Y empecé a leer la historia un tanto descabellada de varios personajes que se reúnen en una casa a meter drogas. Y ya. No pasa más. Me perdonan los críticos literarios pero ahora el librillo descansa en mi biblioteca y juro, rejuro, que no me dan ni cinco de ganas de volver a abrirlo para terminarlo.
La traducción argentina de la reseña de Yellow Dog de Amis por Fischer (¡que es una maravilla¡) fue publicada por RADAR de PAGINA 12, el 21 de septiembre de 2003; copio el apartado aquí transcripto:
Yellow Dog no es ni mala ni muy buena ni apenas desilusionante. Es tan mala que uno no sabe para dónde mirar. Mientras leía en el subte, me aterraba que alguien leyera sobre mi hombro (no sólo por la demanda de la agencia Wylie sino porque alguien podría pensar que yo gozaba con eso). Es tan mala como que descubran a tu tío favorito masturbándose en un colegio.
En la industria editorial inglesa uno pasa de no ser publicado no importa cuán bueno sea a ser publicado no importa cuán malo sea. Una vez fui con Louis de Bernières a una charla de John Fowles que resultó ser dolorosamente aburrida (en su defensa, Fowles estaba muy enfermo). En un momento, Louis se metió la mano en el bolsillo, sacó un boleto de tren, garabateó algo en él y me lo pasó. Era una autorización firmada para pegarle un tiro si alguna vez se volvía un viejo mentiroso. Creo que voy a mandarle a Louis una autorización para que me pegue un tiro si alguna vez escribo algo como Yellow Dog.
Alguien, quizá sus amigos, sus editores, incluso su agente, Andrew Wylie, debería decirle algo a Amis.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-956-2003-09-27.html
Me acordé de la respuesta del Dr. Johnson a un autor: "Su manuscrito es bueno y es original. Pero la parte que es original no es buena y la parte que es buena no es original".
Calvino también era un asesino de manuscriteros. En Los libros de los otros se recoje su correspondencia como editor de Einaudi, y de ahí pesco esta perla: "¿Por qué escribes 'la aldea era un rebaño de casas que tocaba el cielo'? ¿Por qué escribes que la chica 'tenía un perfume selvático'? ¿Todavía crees en esas cosas? ¡Por Dios, si me dan ganas de romperte la cara!".
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