sábado, 24 de noviembre de 2007

Malcolm Lowry: The only hope is the next drink

No es una casualidad que el primer epígrafe de Bajo el volcán sea una cita de Sófocles. La visión de Lowry es trágica y borracha. Casi todo lo ve como una lucha, una fatalidad. Hasta el cruce de una bandada de pájaros: “Del sureste surgían parvadas que se amontonaban: pájaros feos, negros, pequeños, y sin embargo, demasiado largos, semejantes a insectos monstruosos, parecidos a los cuervos, de torpes colas largas y vuelo ondulante, enérgico y laborioso. Fustigando con su vuelo la hora crepuscular, retornaban febrilmente, como cada atardecer, a refugiarse en la espesura de los fresnos del zócalo, los cuales, hasta que cayera la noche, resonarían con sus chillidos estridentes, incesantes y mecánicos”. Hay un pasaje de Bajo el volcán en el cual el Cónsul intenta llegar a alguna parte, atravesando un camino que la borrachera hace casi interminable (“de súbito, la calle Nicaragua se alzó hasta su frente”). Ahí está la clave de la tragedia lowryana: la vida es como una borrachera profunda que hace imposible percibir los motivos y las posibilidades de salvación. La propia vida de Lowry, o por lo menos su propia percepción, queda ejemplarmente resumida en lo que le dice el doctor Díaz Vigil a Laruelle: “…¡pobre de su amigo! ¡Gastar su dinero en la tierra en esas tragedias continuas!”. Una visión del Cónsul:

«De golpe las vio, las botellas de aguardiente, anís, jerez, Highland Queen, los vasos, una babel de vasos –hacia arriba, como ese día el humo del tren— subidos hasta el cielo y cayendo luego, los vasos quebrados, los vasos volcados cuesta abajo por los jardines del Generalife, las botellas rotas, botellas de oporto, tinto, blanco, botellas de Pernod, Oxygenée, ajenjo, botellas destrozadas, botellas descartadas que caen sordamente en parques, debajo de bancos, de camas, de sillas de teatro, escondidas en los escritorios de los consulados, botellas de calvados soltadas y quebradas, o vueltas trizas, arrojadas en los basureros, lanzadas al mar, al Mediterráneo, al Caspio, al Caribe, botellas flotando en el océano, escoceses muertos en las colinas del Atlántico –y ahora las veía todas, las olía todas, desde el comienzo mismo— botellas, botellas, botellas y vasos, vasos, vasos, de bitter, Dubonnet, Falstaff, Rye, Johnny Walker, Vieux Whiskey Blanc Canadien, los aperitivos, los digestivos, los medios, los dobles, el noch ein Herr Obers, el et Glas Araks, las botellas, las botellas, las hermosas botellas de tequila y las calabazas, calabazas, los millones de calabazas de hermoso mescal…»

En esa metafísica de la borrachera, se pasa de un infierno a otro: de la rasca al guayabo. Y se nos da un consuelo, pobre como todos los consuelos: “You are not the first man to have the shakes, the wheels, the horrors… You are not the first man to be caught lying, nor to be told that you are dying”.

Es fácil dictaminar el parecido entre el Cónsul y el propio Lowry (al fin y al cabo, ambos vivieron y murieron borrachos). Pero Douglas Day nos advierte en su biografía de Lowry:

«A veces es difícil hacerlo, pero es esencial retener en la mente que Lowry era, antes que nada, un comediante que dominaba la sobreactuación. Debemos tener presente la advertencia de Conrad Aiken para que los aspectos trágicos de Lowry no nos engañen: “toda su vida fue una broma: nunca hubo un bufón shakespeariano más alegre. Éste es un hecho que pienso debemos recordar cuando todos dicen: ¡Qué Melancolía, qué Desesperación, qué Enigmas! Absurdo. Fue el más feliz de los hombres”. Por otra parte, también necesitamos tener ante nosotros la innegable evidencia de que era un alcohólico de proporciones gargantuescas».

Day finaliza su sentencia con las siguientes palabras:

«Quienes no se interesan por la narrativa visionaria pueden no estar de acuerdo en que Lowry era un genio literario. Quisiera sugerir finalmente que, dejando a un lado las consideraciones sobre su obra, Malcolm Lowry fue también otro tipo muy distinto de genio: el verdadero inocente, el Bufón de Dios, el hombre que quiere simplemente y con todo el corazón ser bueno. No intento sugerir que haya sido un santo. En absoluto: cuando estaba en sus períodos depresivos, podía ser cruel, incluso peligroso. Ni que era un simple tonto: porque su inteligencia era elevada y sutil. Ni un eterno bufón: porque podía ser soberbio, incluso sutil. Quiero decir que fue un hombre de simple y acrítica buena voluntad… Fue, hay que recordarlo, un hombre encantador, a pesar de (o quizá a causa de) sus muchos defectos. Hoy en día sus amigos hablan de él como si aún estuviese con ellos, riendo y conversando sin parar. Podía inspirar el afecto y la lealtad más maravillosas en casi todos los que lo conocían. Viejos duros e irascibles sonríen al recordarlo. Las madres, amigas y esposas de sus amigos se preocuparon por él como si fuese uno de los suyos. Harvey Burt conoció, como todos, los muchos defectos exasperantes de Lowry, y no toleraría la romántica mitificación; sin embargo, sobre la repisa de su chimenea en Dollarton está el ukelele de Lowry y la pluma de águila que una vez le dio Jimmie Craige. Y tenemos que recordar la voz anónima del bar, que dice de Lowry “me basta ver a este cabrón un instante para andar contento cinco días. Y no exagero”.
Pienso que casi todos nosotros estaríamos muy orgullosos de ser la clase de persona de quien pueda decirse eso».


Douglas Day, Malcolm Lowry. Una biografía, Fondo de Cultura Económica, 2001.

2 comentarios:

Camilo Jiménez dijo...

Con razón tan borrachito Lowry: si a uno le gusta tanto el empaque (como parece que muestra la cita) le tiene que gustar el contenido.

Bonita cita la de Lowry, queridos. Espero tener el mismo inventario en mi casa cuando Pablo pase por mi casa camino a México.

Martín Franco Vélez dijo...

Yo sólo le agregaría una cosa al título: The only (fucking) hope is the next drink.