Arcadia acaba de publicar lo que ellos mismos denominan “La lista Arcadia”, en la que señalan los mejores libros publicados en 2007. No vamos a discutir sobre la lista, porque eso no tiene gracia: cualquier selección es criticable. Lo que nos parece lamentable son las explicaciones que dan para incluir los libros. Lamentables y reveladoras: constituyen una prueba del esnobismo que ya se le olía a la revista desde el comienzo. Aquí van algunas de las razones que dan estos rectores de la crítica literaria colombiana (no pedimos que justifiquen la lista, no hay necesidad. Del doctor Johnson se decía que había apreciado perfectamente a Shakespeare, pero que no era capaz de explicarlo. Después tampoco nadie ha sido capaz. Pero no consideramos abusivo pedir que quien escriba sobre libros sea capaz de apreciarlos. Después de todo, al que escribe sobre comida se le pide eso también):
Para explicar la inclusión de la “Colección Samper Ortega”, editada por Juan Gustavo Cobo Borda, dicen:
Esta, sin duda, es la antología del año por lo que significó para el poeta Juan Gustavo Cobo Borda sumergirse en los cien tomos de la colección de Daniel Samper Ortega, uno de los educadores y divulgadores intelectuales más importantes de Colombia.
La antología es sin lugar a dudas la más importante por lo que significó para el poeta hacerla, y no por lo que lleva dentro. ¿Hay que decir que esa frase es una tontería, que ningún editor con los ojos medio abiertos y con menos de diez litros de aguardiente en la cabeza dejaría pasar semejante trivialidad; en suma, que es una vergüenza que una de las revistas literarias más importantes del país imprima semejante bobada? No, no lo vamos a decir. Porque lo que sigue, ay Dios. En la misma nota (en Arcadia son bastante parejos: empiezan mal y terminan peor), dicen, después de mencionar las categorías que usó Cobo Borda para hacer su selección:
En esas diez categorías incluyó, según Cobo Borda, textos que hoy son de una vigencia pasmosa…
Y el pobre Cobo Borda que creía que los amigos de Arcadia le iban a elogiar la antología de la antología que hizo. Una “vigencia pasmosa”. ¿Qué quisieron decir: que los textos son tan malos que uno se queda pasmado ante el interés que todavía suscitan o ante el hecho de que todavía haya incautos que se dejen agarrar en las vitrinas de las librerías? Quizá acostumbrados como están a reseñar tanto libro que trae claritica la fecha de vencimiento, se quedaron pasmados ante el hecho de que después de tantos años Tomás Carrasquilla siga siendo legible. Soltemos a Cobo Borda, que suficiente ha debido tener con el trato que le dieron en Arcadia.
Lo que dicen sobre Pasajera en tránsito, de Yolanda Reyes:
La autora de Los años terribles, que acaba de lanzar una iluminadora colección de ensayos sobre la lectura en la infancia titulada La casa imaginaria, logra, en su primera novela alejada del mundo infantil, lo más difícil que puede lograr una obra de ficción: la sensación de que era necesario que existiera.
Le dan ganas a uno de robarle la pregunta a Raymond Chandler: “¿Se dice algo aquí que no pueda decirse con un eructo?”
La presentación de la lista incluye lo siguiente:
Agrupamos los libros editados en el país con libros importados, y autores nacionales con autores extranjeros, porque las coordenadas por las que apostamos no están en la geografía sino en la inteligencia sensible.
Después de leer esto nos pusimos a buscar desesperadamente la manera de apostarle al caballo Coordenadas, y en ningún hipódromo nos dan razón. Vamos a robar por última vez a Chandler para que pueda bajar las manos: “dos mil años de cristianismo y esto es lo que puede mostrar una revista literaria.”
Que las presentadoras de farándula y hasta de noticias, que los comentaristas deportivos y hasta el presidente, hablen mal y escriban peor, vaya y pase. Pero ¿por qué, por qué una de las pocas publicaciones dedicadas a la literatura se tiene que sumar a esa reivindicación del derecho al chamboneo instaurado por uno de nuestros más preclaros expresidentes? Ahora que Chandler bajó las manos, póngalas arriba Gabriel Zaid:
No es tan difícil encontrar lectores con buena información y buen juicio que se ríen (o se enojan) por lo que publica la prensa cultural. Aunque no se dediquen a la crítica, ni pretendan competir con quienes la hacen, tienen los pelos en la mano para señalar erratas, equivocaciones, omisiones, falsedades, incongruencias, injusticias, ridiculeces y demás gracias que pasan impunemente por las manos de los editores. Y ¿por qué pasan? Porque no leen lo que publican, sino después de que lo publican, y a veces ni después. Porque, en muchos casos, ni leyendo se dan cuenta de los goles que les meten la ignorancia, el descuido, el maquinazo, el plagio, la mala leche, los intereses creados. Y porque, muchas veces, aunque se den cuenta, no están dispuestos a dar la pelea por la cultura y el lector.
…Y, cuando no se va a dar la pelea, ¿qué caso tiene leer exigentemente lo que se pretende publicar? Lo importante no es defender al lector de la errata, el gazapo, la ignorancia, la vacuidad, el abuso, sino cuidar el control político y diplomático de tan difícil situación. Todos quieren publicar, nadie leer, menos aún cuidar el interés del lector. Lo pragmático no es poner el ojo en la calidad de los textos, sino el oído en los nombres que suenan…
Nos van a perdonar.
jueves, 27 de diciembre de 2007
miércoles, 19 de diciembre de 2007
Y que el diablo lo tenga en su gloria: Bierce
Franco nos recordó el inigualable Diccionario del diablo. Random House – Mondadori acaba de publicar la traducción al español de la edición de Ernest Jerome Hopkins (en la colección DE BOLS!LLO). Se trata de una joya y una novedad. Todas las ediciones castellanas del diccionario conocidas hasta ahora se basaban en la edición que el propio Bierce sancionó en sus Collected Works, la cual, según Hopkins, estaba reducida por lo menos en un 50%, debido a que Bierce editó sus obras en Washington, y muchas de las entradas del diccionario aparecieron en periódicos o revistas de San Francisco.
He aquí, pues, algunas de las entradas inéditas:
academia, s. Originariamente, un bosquecillo en el que los filósofos buscaban un sentido en la naturaleza; hoy en día es una escuela en la que los imbéciles por naturaleza buscan un sentido en la filosofía.
acertijo, s. ¿Quién elige a nuestros gobernantes?
acróstico, s. Dura prueba para los sentimientos. Por lo general, infligida por un necio.
agallas, s. Lo que se necesita para reconocer que se es un cobarde.
ahorro (escolar), s. Comprar una buena nota al profesor pagándole 95 centavos en lugar de un dólar.
alegoría, s. Metáfora en tres volúmenes y un tigre.
argüir, v. tr. Reflexionar aplicadamente con la lengua.
arrepentimiento, s. Sentimiento que raramente inquieta a la gente hasta que empieza a sufrir.
bandido, s. Persona que arrebata por la fuerza a A lo que A le ha arrebatado por la fuerza a B.
barbero, s. (Del lat. barbarus, salvaje, y de barba, barba). Salvaje cuya laceración de nuestras mejillas pasa inadvertida ante el tormento superior de su conversación.
bautizar, v. tr. Imponer un nombre con toda la ceremonia a una criatura indefensa.
Éste es el único truco del bautizo:
humedecer al niño para que el nombre se le quede pegado.
borracho, adj. Cargado, confuso, mamado, bebido, curda, ebrio, mareado, embriagado, pesado de cabeza, contento, achispado, paposo, como una cuba, ajumado, alumbrado, tajado, pasado, con una turca, alegre, feliz, etc.
brandy, s. Licor compuesto de una parte de rayos y truenos, una parte de remordimiento, dos partes de asesinato sangriento, una parte de muerte, infierno y tumba, dos partes de Satán aguado y cuatro del santo Moisés. Dosis: siempre lleno hasta arriba. Creo que fue Emerson quien dijo que es la bebida de los héroes. Yo no me atrevería a aconsejarlo a otros. Dicho sea de paso, está bastante bueno.
cadáver, s. Persona que manifiesta el grado más elevado posible de indiferencia que puede aceptarse para corresponder a la solicitud ajena.
castigo, s. Arma que la justicia casi ha olvidado cómo se utiliza.
centeno, s. Whisky en cáscara.
conyugal, adj. (Del lat. con, mutuo, y jugum, yugo). Relativo a un tipo muy popular de trabajos forzados: la unción en el mismo yugo de dos necios corroborada por el párroco.
cordura, s. Estado mental inmediatamente anterior y posterior a la comisión del asesinato.
culpable, adj. El otro.
defraudar, v. tr. Impartir instrucción y experiencias a los confiados.
demente, adj. Adicto a la convicción de que los dementes son los demás.
demente, s. Estado mental melancólico de aquel cuyos argumentos somos incapaces de contestar.
depravado, part. pas. Categoría moral de un caballero que mantiene la opinión contraria.
descabellada, adj. La idea de que el asesinato es un delito.
deserción, s. Aversión a la lucha, como, por ejemplo, cuando se abandona el ejército o una esposa.
diagnóstico, s. Arte del médico con el que determina el estado del bolsillo del paciente para saber cuánto puede enfermarlo.
ego, s. Forma latina de la palabra “yo”. Los romanos tenían un defecto del habla y eran incapaces de pronunciarla mejor. Los reyes y los editores se acercan un poco más a la pronunciación correcta, dicen “nosotros”*.
____________
* En inglés, we, cuya pronunciación se parece más a la de ego que la de I (N. del T.).
ejército, s. Clase improductiva que defiende a la nación devorando cuanto pudiera tentar a un posible enemigo a invadirla.
embajador, s. Ministro de alto rango mantenido por un gobierno en la capital de otro país para que cumpla la voluntad de su esposa.
enfermedad, s. Donación que hace la naturaleza a las facultades de medicina. Generosa contribución para el sustento de los enterradores. Medio de proporcionar carne que no está muy seca ni dura al valioso gusano de tumba para que excave túneles.
epidemia, s. Enfermedad muy sociable y con pocos prejuicios.
expósito, adj. Niño que se ha desembarazado de unos padres inadecuados para su potencial y perspectivas de futuro.
frágil, adj. Poco firme, propenso a la traición, como una mujer que se ha decidido a pecar.
fugarse, v. prnl. Cambiar los peligros e inconvenientes de una residencia fija por la seguridad y las comodidades de viajar.
género, s. Sexo de las palabras.
Un masculino cortejaba a un nombre femenino
pero a ella nada atraía su cortejo,
así que el sustantivo le rogó a un verbo que coronase sus deseos,
pero el verbo replicó frunciendo frígido el ceño:
“Si yo soy neutro, ¿con qué objeto voy a hacerlo?”.
habeas corpus, loc. Orden judicial por la que se puede sacar a un hombre de la cárcel y preguntarle qué le ha parecido la experiencia.
hijo, s. Accidente para el que se confabulan y están especialmente diseñadas y adaptadas con precisión todas las fuerzas de la naturaleza.
inmaculado, adj. Aún no descubierto por la policía.
insulto, s. Comentario ingenioso sin réplica posible.
intoxicación, s. Estado espiritual que precede a la mañana siguiente.
jurado, s. Cierto número de personas designadas por un tribunal para ayudar a los abogados a impedir que la ley degenere en justicia.
literalmente, adv. En sentido figurado; como, por ejemplo: “El estanque estaba literalmente lleno de peces”; “El suelo parecía literalmente vivo de tantas serpientes que había”…
magistrado, s. Funcionario judicial con jurisdicción limitada e incapacidad ilimitada.
mortalidad, s. Parte que conocemos de la inmortalidad.
padre, s. Oficial de intendencia y comisario de subsistencia que proporciona la naturaleza para nuestro sustento en el período que precede a que aprendamos a vivir de los demás.
plural, adj. Problemas.
Maestro de las formas breves, Bierce escribió el que, según Kurt Vonnegut, es el mejor cuento de la literatura norteamericana: An Occurrence at Owl Creek Bridge.
Bierce, Ambrose, El diccionario del diablo, traducción y notas de Vicente Campos, Random House – Mondadori, 2007.
He aquí, pues, algunas de las entradas inéditas:
academia, s. Originariamente, un bosquecillo en el que los filósofos buscaban un sentido en la naturaleza; hoy en día es una escuela en la que los imbéciles por naturaleza buscan un sentido en la filosofía.
acertijo, s. ¿Quién elige a nuestros gobernantes?
acróstico, s. Dura prueba para los sentimientos. Por lo general, infligida por un necio.
agallas, s. Lo que se necesita para reconocer que se es un cobarde.
ahorro (escolar), s. Comprar una buena nota al profesor pagándole 95 centavos en lugar de un dólar.
alegoría, s. Metáfora en tres volúmenes y un tigre.
argüir, v. tr. Reflexionar aplicadamente con la lengua.
arrepentimiento, s. Sentimiento que raramente inquieta a la gente hasta que empieza a sufrir.
bandido, s. Persona que arrebata por la fuerza a A lo que A le ha arrebatado por la fuerza a B.
barbero, s. (Del lat. barbarus, salvaje, y de barba, barba). Salvaje cuya laceración de nuestras mejillas pasa inadvertida ante el tormento superior de su conversación.
bautizar, v. tr. Imponer un nombre con toda la ceremonia a una criatura indefensa.
Éste es el único truco del bautizo:
humedecer al niño para que el nombre se le quede pegado.
borracho, adj. Cargado, confuso, mamado, bebido, curda, ebrio, mareado, embriagado, pesado de cabeza, contento, achispado, paposo, como una cuba, ajumado, alumbrado, tajado, pasado, con una turca, alegre, feliz, etc.
brandy, s. Licor compuesto de una parte de rayos y truenos, una parte de remordimiento, dos partes de asesinato sangriento, una parte de muerte, infierno y tumba, dos partes de Satán aguado y cuatro del santo Moisés. Dosis: siempre lleno hasta arriba. Creo que fue Emerson quien dijo que es la bebida de los héroes. Yo no me atrevería a aconsejarlo a otros. Dicho sea de paso, está bastante bueno.
cadáver, s. Persona que manifiesta el grado más elevado posible de indiferencia que puede aceptarse para corresponder a la solicitud ajena.
castigo, s. Arma que la justicia casi ha olvidado cómo se utiliza.
centeno, s. Whisky en cáscara.
conyugal, adj. (Del lat. con, mutuo, y jugum, yugo). Relativo a un tipo muy popular de trabajos forzados: la unción en el mismo yugo de dos necios corroborada por el párroco.
cordura, s. Estado mental inmediatamente anterior y posterior a la comisión del asesinato.
culpable, adj. El otro.
defraudar, v. tr. Impartir instrucción y experiencias a los confiados.
demente, adj. Adicto a la convicción de que los dementes son los demás.
demente, s. Estado mental melancólico de aquel cuyos argumentos somos incapaces de contestar.
depravado, part. pas. Categoría moral de un caballero que mantiene la opinión contraria.
descabellada, adj. La idea de que el asesinato es un delito.
deserción, s. Aversión a la lucha, como, por ejemplo, cuando se abandona el ejército o una esposa.
diagnóstico, s. Arte del médico con el que determina el estado del bolsillo del paciente para saber cuánto puede enfermarlo.
ego, s. Forma latina de la palabra “yo”. Los romanos tenían un defecto del habla y eran incapaces de pronunciarla mejor. Los reyes y los editores se acercan un poco más a la pronunciación correcta, dicen “nosotros”*.
____________
* En inglés, we, cuya pronunciación se parece más a la de ego que la de I (N. del T.).
ejército, s. Clase improductiva que defiende a la nación devorando cuanto pudiera tentar a un posible enemigo a invadirla.
embajador, s. Ministro de alto rango mantenido por un gobierno en la capital de otro país para que cumpla la voluntad de su esposa.
enfermedad, s. Donación que hace la naturaleza a las facultades de medicina. Generosa contribución para el sustento de los enterradores. Medio de proporcionar carne que no está muy seca ni dura al valioso gusano de tumba para que excave túneles.
epidemia, s. Enfermedad muy sociable y con pocos prejuicios.
expósito, adj. Niño que se ha desembarazado de unos padres inadecuados para su potencial y perspectivas de futuro.
frágil, adj. Poco firme, propenso a la traición, como una mujer que se ha decidido a pecar.
fugarse, v. prnl. Cambiar los peligros e inconvenientes de una residencia fija por la seguridad y las comodidades de viajar.
género, s. Sexo de las palabras.
Un masculino cortejaba a un nombre femenino
pero a ella nada atraía su cortejo,
así que el sustantivo le rogó a un verbo que coronase sus deseos,
pero el verbo replicó frunciendo frígido el ceño:
“Si yo soy neutro, ¿con qué objeto voy a hacerlo?”.
habeas corpus, loc. Orden judicial por la que se puede sacar a un hombre de la cárcel y preguntarle qué le ha parecido la experiencia.
hijo, s. Accidente para el que se confabulan y están especialmente diseñadas y adaptadas con precisión todas las fuerzas de la naturaleza.
inmaculado, adj. Aún no descubierto por la policía.
insulto, s. Comentario ingenioso sin réplica posible.
intoxicación, s. Estado espiritual que precede a la mañana siguiente.
jurado, s. Cierto número de personas designadas por un tribunal para ayudar a los abogados a impedir que la ley degenere en justicia.
literalmente, adv. En sentido figurado; como, por ejemplo: “El estanque estaba literalmente lleno de peces”; “El suelo parecía literalmente vivo de tantas serpientes que había”…
magistrado, s. Funcionario judicial con jurisdicción limitada e incapacidad ilimitada.
mortalidad, s. Parte que conocemos de la inmortalidad.
padre, s. Oficial de intendencia y comisario de subsistencia que proporciona la naturaleza para nuestro sustento en el período que precede a que aprendamos a vivir de los demás.
plural, adj. Problemas.
Maestro de las formas breves, Bierce escribió el que, según Kurt Vonnegut, es el mejor cuento de la literatura norteamericana: An Occurrence at Owl Creek Bridge.
Bierce, Ambrose, El diccionario del diablo, traducción y notas de Vicente Campos, Random House – Mondadori, 2007.
lunes, 17 de diciembre de 2007
Otro filósofo de parque: Lichtenberg
En una estupenda película producida por la BBC sobre la muerte de Sócrates, éste, en la persona de Peter Iustinov, se refería a sí mismo como “un filósofo de parque”. Ahora que los filósofos se ponen corbata y piensan en horario oficial de ocho a doce y de dos a seis, queremos recordar la figura de ese otro pensador de andén (o, mejor, de ventana): Lichtenberg.
Escribe Juan Villoro en el prólogo a su traducción de los aforismos de Lichtenberg:
«…Hacia el final de su vida concibió una sátira autobiográfica, Le procrastinateur, donde pensaba burlarse de sus proyectos eternamente pospuestos. Fue demasiado fiel a su tema: no la escribió.
Lichtenberg vivió contra la posteridad, contra las Obras completas, la tesis doctoral del posible erudito sueco, el comentarista mexicano del siglo XX. No pensó que sus apuntes dispersos pudieran ser imantados por la misma fuerza; se conformó con legar fragmentos, los restos de una inteligencia…
…Mientras Kant escribía La Crítica de la razón pura, los labriegos de mejillas enrojecidas por el frío y la cerveza hablaban de elfos y duendes con infinitos errores gramaticales; también hablaban de mierda y castigos feudales. De esa mezcla, de la precisa geometría de los gramáticos y de la injuria y la escatología, surgió el alemán moderno, portento de la razón y del insulto. En este periodo formativo en que el alemán escrito se apartaba por completo del hablado, Lichtenberg concibió un estilo intermedio tan digno de las aulas como de las tabernas…
…Jamás se iba a concentrar en una ciencia. Su primer trabajo universitario fue un ejemplo típico: una indagación sobre las relaciones entre matemática y poesía. Bajo la segura influencia de Kästner, más que argumentar, acribilló: el único rasgo sensible de los poetas alemanes era que olían a pomada, ¿qué pasaría si se les exigiera un lenguaje tan riguroso como el de las matemáticas?...
…Lichtenberg fue un personaje típico del momento; aprendió inglés y francés; se sumergió gustoso en las reuniones que eran como pequeños congresos académicos; con todo, no dejó de extrañar a sus amigos de Gotinga y se convirtió en “un verdadero César de las cartas”: después de dictar tres misivas al mismo tiempo, aún tenía deseos de sentarse a escribir otras diez. Sus cartas, comentó entonces, se hubieran podido publicar con el título …historia privada y pública del profesor Lichtenberg, que contiene toda suerte de observaciones sobre los hombres, las muchachas y los insectos, además de buena cantidad de reflexiones y disparates decentes y groseros cobre estos cuatro asuntos. Sus intereses no sólo eran múltiples, eran simultáneos. Cuando compró un telescopio de inmediato quiso apuntar a dos sitios al mismo tiempo: el firmamento y la hermosa recamarera que se desnudaba a la luz de una vela.
…Dieterich, el casero de Lichtenberg, se sorprendió de no encontrar más que unos fragmentos de la novela El príncipe duplicado; la historia del noble siamés se esfumó con su creador. En cambio dio con varios cuadernos en los que su inquilino escribía toda suerte de reflexiones “a la manera de los tenderos ingleses que llevan un waste-book, donde anotan ventas y compras en total desorden para luego sumarlas y restarlas”. Los cuadernos arrojaban los saldos de una mente.
…El peculiar estilo de pensamiento de Lichtenberg es una preceptiva intelectual; su modo es su carta de creencia. El contenido de los Aforismos es variadísimo y ha dado lugar a ensayos tan notables como el de Franz H. Mautner “Lichtenberg: retrato de una mente”. El hombre que escribió poemas para bodas, infló vejigas en sus clases, colocó pararrayos en los edificios, promovió los balnearios y la obra de Shakespeare, ensayó dietas, experimentó con la electricidad, retrató al actor Garrick y a la muchedumbre londinense, se enamoró de una florista y una vendedora de fresas, discutió de astronomía con el rey de Inglaterra, escribió de modas para las damas alemanas, llevó un registro de los entierros que veía desde su ventana, estudió las maniobras de los batallones de asalto, polemizó sobre la fisiognómica y la escritura griega, no se deja reducir a unos cuantos temas básicos. Su curiosidad atendía por igual a la teoría de Newton que a un botón roto después de siete años de ser el leal sostén de sus pantalones…».
Aquí va, pues, una selección de la selección hecha por Villoro:
Si al cielo le pareciera útil y necesario volverme a editar en la vida, me gustaría comunicarle algunas vanas observaciones que se refieren, sobre todo, al dibujo del retrato y al plan general.
*
Aunque mi filosofía tampoco descubra nada, al menos tiene suficiente corazón para considerar inexistentes los pensamientos establecidos.
*
Siempre he procurado imponerme leyes que sólo entren en vigor cuando me sea casi imposible violarlas.
*
He notado claramente que tengo una opinión acostado y otra parado.
*
Hay que recomendar con insistencia el método de los borradores; no dejar de escribir ningún giro, ninguna expresión. La riqueza también se obtiene ahorrando verdades de a centavo.
*
Daría parte de mi vida con tal de saber cuál era la temperatura promedio en el paraíso.
*
En la Tierra no hay superficie más interesante que el rostro humano.
*
Los hombres más sanos, más hermosos y mejor proporcionados son quienes están de acuerdo con todo. En cuanto se padece un defecto se tiene una opinión propia.
*
Se dice “alma” como se dice “talero”, aunque hace mucho que se dejaron de acuñar.
*
Los guisos tienen, presumiblemente, gran influencia en el estado actual de la condición humana. El vino externa su influencia de un modo más evidente; los guisos lo hacen con mayor lentitud, pero quizá también con mayor intención. Quién sabe si no le debemos la bomba neumática a una sopa bien cocida o la guerra a una mal cocida. Esto merecería una investigación más acuciosa. Acaso el cielo cumple así grandes finalidades, mantiene leales a los súbditos, cambia los gobiernos y crea Estados libres; acaso son los guisos los responsables de lo que llamamos “la influencia del clima”.
*
Eso que ustedes llaman corazón está más abajo del cuarto botón del chaleco.
*
Todo hombre también tiene su trasero moral, que no enseña sin necesidad y mientras puede cubre con los pantalones de la decencia.
*
En la iglesia, acerca de una muchacha hermosa, sumamente devota:
Más devota y hermosa que Lucía
No se verá rezar a otra mujer
Se arrepiente en cada letanía
De lo mismo que invita a cometer.
*
La muchacha tenía unas manos pecaminosamente hermosas.
Dios creó al hombre según su imagen. Posiblemente esto significa: el hombre creó a Dios según su laya.
*
Por más que en ellas se predique, las iglesias siguen necesitando pararrayos.
*
Un país de iglesias hermosas y casas en ruinas está tan perdido como uno de iglesias ruinosas y casas palaciegas.
*
¿Creéis acaso que el buen Dios es católico?
*
Es una lástima que beber agua no sea pecado, clama un italiano, ¡qué bien sabría!
*
¿Cómo habrá sido la conversión de las putas en la antigüedad?, ¿ya habría beatas?
*
Cuando un libro choca con una cabeza y suena a hueco, ¿se debe sólo al libro?
*
En un artículo: el sacrificio de los primogénitos aún es recomendable, en el caso de los versos.
*
Se diría que nuestros idiomas han enloquecido. Cuando queremos una idea, nos ofrecen una palabra; cuando exigimos una palabra, nos brindan una raya, y donde esperamos una raya, hay una obscenidad.
*
Esto debe servirme de advertencia. Como aquel gran escritor francés, de ahora en adelante no daré nada a la imprenta sin que antes lo lea mi cocinera.
*
Al prólogo se le podría llamar pararrayos.
*
Ahí se aplica a la perfección lo que Butler dice de un mal crítico: si no encuentra un error, lo comete.
*
A un prólogo se le podría llamar “matamoscas” y a una dedicatoria “bolsa de limosnero”.
*
Como han observado algunos filósofos, le debemos muchos errores al mal empleo de las palabras. Acaso a ese mismo mal empleo le debemos los axiomas.
*
Con poco ingenio se puede escribir de tal forma que otro necesite mucho para entenderlo.
*
No estaría mal un libro de primeros auxilios para escritores.
*
Siempre es preferible darle el tiro de gracia a un escritor que perdonarle la vida en una reseña.
*
Es fascinante escuchar a una mujer extranjera que comete faltas de ortografía con sus hermosos labios. A un hombre no.
*
Leer equivale a tomar prestado; inventar, a saldar cuentas.
*
Darle el último toque a una obra, es decir, quemarla.
*
La mucha lectura nos ha brindado una barbarie ilustrada.
*
En verdad hay muchos hombres que leen sólo para no pensar.
*
Nada puede contribuir tanto a la tranquilidad del alma como no tener opinión alguna.
*
Hay gente que cree que todo lo que se hace con cara seria es razonable.
*
En la Francia libre, donde ahora uno puede ahorcar a quien quiera.
*
¿Quién quiere desmontar cuando puede demoler?
*
El hombre no era precisamente una lumbrera pero sí un candelabro bastante grande (cómodo). Sostenía opiniones ajenas.
*
Me gustaría dar algo a cambio de saber con exactitud por quién fueron hechos los actos que según la versión oficial fueron hechos por la patria.
*
Mi proyecto tenía más bilis que fundamentos. Quedé exhausto antes de realizarlo.
*
Cuando tenía que usar su razón era como si alguien que siempre ha usado la mano derecha tuviera que usar la izquierda.
*
El primer americano descubierto por Colón hizo un descubrimiento atroz.
*
Si uno ha bebido, más vale que tenga buena puntería. Buscar la relación entre el tiro al blanco y la poesía.
*
El mejor refugio contra las tormentas del destino sigue siendo una tumba.
*
Me parece imposible demostrar que somos la obra de un ser superior y no el pasatiempo de uno bastante defectuoso.
*
¿Por qué son tan hermosas las viudas jóvenes en duelo? (Investigación).
*
“¡Ay!”, gritó al accidentarse, “¡si hubiera hecho algo satisfactoriamente dañino esta mañana ahora sabría por qué sufro!”.
*
¿Quién está ahí. Sólo yo. Ah, con eso sobra.
*
Es cierto que no puedo hacerme mis zapatos, pero, señores, no permito que me escriban mi filosofía.
*
Jamás hay que creerle a quien asegure algo con una mano en el corazón.
*
Una experiencia de toda la vida: cuando no se dispone de otros medios, el carácter de un hombre se conoce por una broma que no soporta.
*
Una regla de oro: no hay que juzgar a los hombres por sus opiniones sino por aquello en lo que sus opiniones los convierten.
Georg Christoph Lichtenberg, Aforismos, selección, traducción, prólogo y notas de Juan Villoro, Fondo de Cultura Económica, 1995.
Escribe Juan Villoro en el prólogo a su traducción de los aforismos de Lichtenberg:
«…Hacia el final de su vida concibió una sátira autobiográfica, Le procrastinateur, donde pensaba burlarse de sus proyectos eternamente pospuestos. Fue demasiado fiel a su tema: no la escribió.
Lichtenberg vivió contra la posteridad, contra las Obras completas, la tesis doctoral del posible erudito sueco, el comentarista mexicano del siglo XX. No pensó que sus apuntes dispersos pudieran ser imantados por la misma fuerza; se conformó con legar fragmentos, los restos de una inteligencia…
…Mientras Kant escribía La Crítica de la razón pura, los labriegos de mejillas enrojecidas por el frío y la cerveza hablaban de elfos y duendes con infinitos errores gramaticales; también hablaban de mierda y castigos feudales. De esa mezcla, de la precisa geometría de los gramáticos y de la injuria y la escatología, surgió el alemán moderno, portento de la razón y del insulto. En este periodo formativo en que el alemán escrito se apartaba por completo del hablado, Lichtenberg concibió un estilo intermedio tan digno de las aulas como de las tabernas…
…Jamás se iba a concentrar en una ciencia. Su primer trabajo universitario fue un ejemplo típico: una indagación sobre las relaciones entre matemática y poesía. Bajo la segura influencia de Kästner, más que argumentar, acribilló: el único rasgo sensible de los poetas alemanes era que olían a pomada, ¿qué pasaría si se les exigiera un lenguaje tan riguroso como el de las matemáticas?...
…Lichtenberg fue un personaje típico del momento; aprendió inglés y francés; se sumergió gustoso en las reuniones que eran como pequeños congresos académicos; con todo, no dejó de extrañar a sus amigos de Gotinga y se convirtió en “un verdadero César de las cartas”: después de dictar tres misivas al mismo tiempo, aún tenía deseos de sentarse a escribir otras diez. Sus cartas, comentó entonces, se hubieran podido publicar con el título …historia privada y pública del profesor Lichtenberg, que contiene toda suerte de observaciones sobre los hombres, las muchachas y los insectos, además de buena cantidad de reflexiones y disparates decentes y groseros cobre estos cuatro asuntos. Sus intereses no sólo eran múltiples, eran simultáneos. Cuando compró un telescopio de inmediato quiso apuntar a dos sitios al mismo tiempo: el firmamento y la hermosa recamarera que se desnudaba a la luz de una vela.
…Dieterich, el casero de Lichtenberg, se sorprendió de no encontrar más que unos fragmentos de la novela El príncipe duplicado; la historia del noble siamés se esfumó con su creador. En cambio dio con varios cuadernos en los que su inquilino escribía toda suerte de reflexiones “a la manera de los tenderos ingleses que llevan un waste-book, donde anotan ventas y compras en total desorden para luego sumarlas y restarlas”. Los cuadernos arrojaban los saldos de una mente.
…El peculiar estilo de pensamiento de Lichtenberg es una preceptiva intelectual; su modo es su carta de creencia. El contenido de los Aforismos es variadísimo y ha dado lugar a ensayos tan notables como el de Franz H. Mautner “Lichtenberg: retrato de una mente”. El hombre que escribió poemas para bodas, infló vejigas en sus clases, colocó pararrayos en los edificios, promovió los balnearios y la obra de Shakespeare, ensayó dietas, experimentó con la electricidad, retrató al actor Garrick y a la muchedumbre londinense, se enamoró de una florista y una vendedora de fresas, discutió de astronomía con el rey de Inglaterra, escribió de modas para las damas alemanas, llevó un registro de los entierros que veía desde su ventana, estudió las maniobras de los batallones de asalto, polemizó sobre la fisiognómica y la escritura griega, no se deja reducir a unos cuantos temas básicos. Su curiosidad atendía por igual a la teoría de Newton que a un botón roto después de siete años de ser el leal sostén de sus pantalones…».
Aquí va, pues, una selección de la selección hecha por Villoro:
Si al cielo le pareciera útil y necesario volverme a editar en la vida, me gustaría comunicarle algunas vanas observaciones que se refieren, sobre todo, al dibujo del retrato y al plan general.
*
Aunque mi filosofía tampoco descubra nada, al menos tiene suficiente corazón para considerar inexistentes los pensamientos establecidos.
*
Siempre he procurado imponerme leyes que sólo entren en vigor cuando me sea casi imposible violarlas.
*
He notado claramente que tengo una opinión acostado y otra parado.
*
Hay que recomendar con insistencia el método de los borradores; no dejar de escribir ningún giro, ninguna expresión. La riqueza también se obtiene ahorrando verdades de a centavo.
*
Daría parte de mi vida con tal de saber cuál era la temperatura promedio en el paraíso.
*
En la Tierra no hay superficie más interesante que el rostro humano.
*
Los hombres más sanos, más hermosos y mejor proporcionados son quienes están de acuerdo con todo. En cuanto se padece un defecto se tiene una opinión propia.
*
Se dice “alma” como se dice “talero”, aunque hace mucho que se dejaron de acuñar.
*
Los guisos tienen, presumiblemente, gran influencia en el estado actual de la condición humana. El vino externa su influencia de un modo más evidente; los guisos lo hacen con mayor lentitud, pero quizá también con mayor intención. Quién sabe si no le debemos la bomba neumática a una sopa bien cocida o la guerra a una mal cocida. Esto merecería una investigación más acuciosa. Acaso el cielo cumple así grandes finalidades, mantiene leales a los súbditos, cambia los gobiernos y crea Estados libres; acaso son los guisos los responsables de lo que llamamos “la influencia del clima”.
*
Eso que ustedes llaman corazón está más abajo del cuarto botón del chaleco.
*
Todo hombre también tiene su trasero moral, que no enseña sin necesidad y mientras puede cubre con los pantalones de la decencia.
*
En la iglesia, acerca de una muchacha hermosa, sumamente devota:
Más devota y hermosa que Lucía
No se verá rezar a otra mujer
Se arrepiente en cada letanía
De lo mismo que invita a cometer.
*
La muchacha tenía unas manos pecaminosamente hermosas.
Dios creó al hombre según su imagen. Posiblemente esto significa: el hombre creó a Dios según su laya.
*
Por más que en ellas se predique, las iglesias siguen necesitando pararrayos.
*
Un país de iglesias hermosas y casas en ruinas está tan perdido como uno de iglesias ruinosas y casas palaciegas.
*
¿Creéis acaso que el buen Dios es católico?
*
Es una lástima que beber agua no sea pecado, clama un italiano, ¡qué bien sabría!
*
¿Cómo habrá sido la conversión de las putas en la antigüedad?, ¿ya habría beatas?
*
Cuando un libro choca con una cabeza y suena a hueco, ¿se debe sólo al libro?
*
En un artículo: el sacrificio de los primogénitos aún es recomendable, en el caso de los versos.
*
Se diría que nuestros idiomas han enloquecido. Cuando queremos una idea, nos ofrecen una palabra; cuando exigimos una palabra, nos brindan una raya, y donde esperamos una raya, hay una obscenidad.
*
Esto debe servirme de advertencia. Como aquel gran escritor francés, de ahora en adelante no daré nada a la imprenta sin que antes lo lea mi cocinera.
*
Al prólogo se le podría llamar pararrayos.
*
Ahí se aplica a la perfección lo que Butler dice de un mal crítico: si no encuentra un error, lo comete.
*
A un prólogo se le podría llamar “matamoscas” y a una dedicatoria “bolsa de limosnero”.
*
Como han observado algunos filósofos, le debemos muchos errores al mal empleo de las palabras. Acaso a ese mismo mal empleo le debemos los axiomas.
*
Con poco ingenio se puede escribir de tal forma que otro necesite mucho para entenderlo.
*
No estaría mal un libro de primeros auxilios para escritores.
*
Siempre es preferible darle el tiro de gracia a un escritor que perdonarle la vida en una reseña.
*
Es fascinante escuchar a una mujer extranjera que comete faltas de ortografía con sus hermosos labios. A un hombre no.
*
Leer equivale a tomar prestado; inventar, a saldar cuentas.
*
Darle el último toque a una obra, es decir, quemarla.
*
La mucha lectura nos ha brindado una barbarie ilustrada.
*
En verdad hay muchos hombres que leen sólo para no pensar.
*
Nada puede contribuir tanto a la tranquilidad del alma como no tener opinión alguna.
*
Hay gente que cree que todo lo que se hace con cara seria es razonable.
*
En la Francia libre, donde ahora uno puede ahorcar a quien quiera.
*
¿Quién quiere desmontar cuando puede demoler?
*
El hombre no era precisamente una lumbrera pero sí un candelabro bastante grande (cómodo). Sostenía opiniones ajenas.
*
Me gustaría dar algo a cambio de saber con exactitud por quién fueron hechos los actos que según la versión oficial fueron hechos por la patria.
*
Mi proyecto tenía más bilis que fundamentos. Quedé exhausto antes de realizarlo.
*
Cuando tenía que usar su razón era como si alguien que siempre ha usado la mano derecha tuviera que usar la izquierda.
*
El primer americano descubierto por Colón hizo un descubrimiento atroz.
*
Si uno ha bebido, más vale que tenga buena puntería. Buscar la relación entre el tiro al blanco y la poesía.
*
El mejor refugio contra las tormentas del destino sigue siendo una tumba.
*
Me parece imposible demostrar que somos la obra de un ser superior y no el pasatiempo de uno bastante defectuoso.
*
¿Por qué son tan hermosas las viudas jóvenes en duelo? (Investigación).
*
“¡Ay!”, gritó al accidentarse, “¡si hubiera hecho algo satisfactoriamente dañino esta mañana ahora sabría por qué sufro!”.
*
¿Quién está ahí. Sólo yo. Ah, con eso sobra.
*
Es cierto que no puedo hacerme mis zapatos, pero, señores, no permito que me escriban mi filosofía.
*
Jamás hay que creerle a quien asegure algo con una mano en el corazón.
*
Una experiencia de toda la vida: cuando no se dispone de otros medios, el carácter de un hombre se conoce por una broma que no soporta.
*
Una regla de oro: no hay que juzgar a los hombres por sus opiniones sino por aquello en lo que sus opiniones los convierten.
Georg Christoph Lichtenberg, Aforismos, selección, traducción, prólogo y notas de Juan Villoro, Fondo de Cultura Económica, 1995.
jueves, 13 de diciembre de 2007
They Shoot Horses, Don’t They?
Quienes quieren ver en la literatura un altavoz con mensajes para la vida, han clasificado esta novela como un alegato a favor de la eutanasia. Nada de eso. Es una historia magistral de compasión y amor y sufrimiento. Escrita por McCoy en los años de la depresión, cuenta la historia de un hombre que encuentra a una mujer desdichada, Gloria, se hacen amigos y se inscriben en una “maratón de baile”, un concurso de la época que ofrecía la esperanza a cientos de almas perdidas de ganar mil dólares. La prueba consistía en bailar y bailar a través de una pista circular, con la animación de un presentador, durante intervalos de hora y media con descansos de diez minutos entre uno y otro, hasta que sólo quedara una pareja en pie. Pero a Gloria no le duelen solamente los pies, le duele la vida. Se podría decir que le dolía respirar. Así que, en medio del concurso, le pide al narrador que la mate. Y… la novela comienza:
Me puse en pie. Por un instante vi nuevamente a Gloria sentada en aquel banco del muelle. El proyectil le había penetrado por un lado de la cabeza; ni siquiera manaba sangre de la herida. El fogonazo de la pistola iluminaba todavía su rostro. Todo fue de lo más sencillo. Estaba relajada, completamente tranquila. El impacto del proyectil hizo que su cara se ladeara hacia el otro lado; no la veía bien de perfil pero podía apreciar lo suficiente para saber que sonreía. El fiscal se equivocó cuando dijo al jurado que había muerto sufriendo, desvalida, sin amigos, sola salvo por la compañía de su brutal asesino en medio de la noche oscura a orillas del Pacífico. Estaba muy equivocado. No sufrió. Estaba completamente relajada y tranquila y sonreía. Era la primera vez que la veía sonreír. ¿Cómo podía decir pues el fiscal que sufrió? Y no es verdad que careciera de amigos.
Yo era su mejor amigo. Era su único amigo. Por tanto, ¿qué era eso de que no tenía amigos?
…¿Qué podía yo decir?... Todos los asistentes sabían que yo la había matado; la única persona que habría podido ayudarme también estaba muerta. Por tanto, allí estaba yo en pie, mirando al juez y negando con la cabeza. No tenía nada que alegar.
—Pida clemencia al tribunal —dijo Epstein, el abogado que designaron para defenderme.
—¿Qué decían? —inquirió el juez.
—Su Señoría —dijo Epstein—, pedimos clemencia al tribunal. Este joven admite haber matado a la chica, pero únicamente para hacerle un favor.
El juez golpeó la mesa con el martillo, mirándome fijamente.
Luego viene el relato de la forma en que conoció a Gloria para terminar inscribiéndose ambos en el concurso de baile. Y el remate:
…Cuando yo era niño solía veranear en la casa de campo de mi abuelo, en Arkansas. Un día me encontraba en el ahumadero de carnes, viendo cómo mi abuela elaboraba lejía en una gran cazuela de hierro, cuando vino mi abuelo por la era, muy excitado. “Nellie se ha roto una pierna”, dijo mi abuelo. La vieja Nellie estaba tendida en el suelo gimiendo, atada todavía al arado. Nos quedamos allí de pie, mirándola, sólo mirándola. Al poco regresó el abuelo con el fusil que había usado en Chickamauga Ridge. “Ha metido la pata en un agujero”, dijo, mientras le daba palmadas cariñosas en la cabeza. La abuela me hizo volver la cabeza y mirar hacia otro lado. Comencé a llorar. Oí el disparo. Todavía lo oigo. Corrí, me agaché y me abracé al cuello de Nellie. Yo quería al caballo. Y odiaba a mi abuelo. Me levanté y empecé a propinar puñetazos a las piernas de mi abuelo… Al día siguiente, el abuelo me explicó que él también quería a Nellie, pero que no había tenido más remedio que matarla. “Era lo mejor que podía hacer -dijo-, el pobre animal ya no habría podido hacer nada más. Era la única manera de acabar con sus sufrimientos…”.
Tenía la pistola en la mano.
-Muy bien- le dije a Gloria-. Cuando quieras.
-Estoy preparada.
-¿Dónde?
-Aquí. A un lado de la cabeza.
El muelle se agitó al recibir el golpe de una ola.
-¿Ahora?
-Sí.
Disparé.
El muelle volvió a agitarse, el agua borboteó y resbaló nuevamente hacia el océano. Tiré la pistola por la barandilla.
Un policía iba sentado a mi lado en el asiento posterior del coche, otro conducía. Íbamos a gran velocidad y la sirena chillaba. Era la misma sirena que usaban para despertarnos en la competición de baile.
-¿Por qué la has matado? -me preguntó el policía que iba sentado a mi lado.
-Ella me lo pidió.
-¿Has oído eso, Ben?
-Es un muchacho muy servicial -dijo Ben por encima del hombro.
-¿Es eso lo único que puedes alegar?
-¿Acaso no matan a los caballos?
…Y que Dios se apiade de su alma…
Horace McCoy, ¿Acaso no matan a los caballos?, Punto de lectura, 2007. La traducción al españolete no logra arruinar el libro.
Me puse en pie. Por un instante vi nuevamente a Gloria sentada en aquel banco del muelle. El proyectil le había penetrado por un lado de la cabeza; ni siquiera manaba sangre de la herida. El fogonazo de la pistola iluminaba todavía su rostro. Todo fue de lo más sencillo. Estaba relajada, completamente tranquila. El impacto del proyectil hizo que su cara se ladeara hacia el otro lado; no la veía bien de perfil pero podía apreciar lo suficiente para saber que sonreía. El fiscal se equivocó cuando dijo al jurado que había muerto sufriendo, desvalida, sin amigos, sola salvo por la compañía de su brutal asesino en medio de la noche oscura a orillas del Pacífico. Estaba muy equivocado. No sufrió. Estaba completamente relajada y tranquila y sonreía. Era la primera vez que la veía sonreír. ¿Cómo podía decir pues el fiscal que sufrió? Y no es verdad que careciera de amigos.
Yo era su mejor amigo. Era su único amigo. Por tanto, ¿qué era eso de que no tenía amigos?
…¿Qué podía yo decir?... Todos los asistentes sabían que yo la había matado; la única persona que habría podido ayudarme también estaba muerta. Por tanto, allí estaba yo en pie, mirando al juez y negando con la cabeza. No tenía nada que alegar.
—Pida clemencia al tribunal —dijo Epstein, el abogado que designaron para defenderme.
—¿Qué decían? —inquirió el juez.
—Su Señoría —dijo Epstein—, pedimos clemencia al tribunal. Este joven admite haber matado a la chica, pero únicamente para hacerle un favor.
El juez golpeó la mesa con el martillo, mirándome fijamente.
Luego viene el relato de la forma en que conoció a Gloria para terminar inscribiéndose ambos en el concurso de baile. Y el remate:
…Cuando yo era niño solía veranear en la casa de campo de mi abuelo, en Arkansas. Un día me encontraba en el ahumadero de carnes, viendo cómo mi abuela elaboraba lejía en una gran cazuela de hierro, cuando vino mi abuelo por la era, muy excitado. “Nellie se ha roto una pierna”, dijo mi abuelo. La vieja Nellie estaba tendida en el suelo gimiendo, atada todavía al arado. Nos quedamos allí de pie, mirándola, sólo mirándola. Al poco regresó el abuelo con el fusil que había usado en Chickamauga Ridge. “Ha metido la pata en un agujero”, dijo, mientras le daba palmadas cariñosas en la cabeza. La abuela me hizo volver la cabeza y mirar hacia otro lado. Comencé a llorar. Oí el disparo. Todavía lo oigo. Corrí, me agaché y me abracé al cuello de Nellie. Yo quería al caballo. Y odiaba a mi abuelo. Me levanté y empecé a propinar puñetazos a las piernas de mi abuelo… Al día siguiente, el abuelo me explicó que él también quería a Nellie, pero que no había tenido más remedio que matarla. “Era lo mejor que podía hacer -dijo-, el pobre animal ya no habría podido hacer nada más. Era la única manera de acabar con sus sufrimientos…”.
Tenía la pistola en la mano.
-Muy bien- le dije a Gloria-. Cuando quieras.
-Estoy preparada.
-¿Dónde?
-Aquí. A un lado de la cabeza.
El muelle se agitó al recibir el golpe de una ola.
-¿Ahora?
-Sí.
Disparé.
El muelle volvió a agitarse, el agua borboteó y resbaló nuevamente hacia el océano. Tiré la pistola por la barandilla.
Un policía iba sentado a mi lado en el asiento posterior del coche, otro conducía. Íbamos a gran velocidad y la sirena chillaba. Era la misma sirena que usaban para despertarnos en la competición de baile.
-¿Por qué la has matado? -me preguntó el policía que iba sentado a mi lado.
-Ella me lo pidió.
-¿Has oído eso, Ben?
-Es un muchacho muy servicial -dijo Ben por encima del hombro.
-¿Es eso lo único que puedes alegar?
-¿Acaso no matan a los caballos?
…Y que Dios se apiade de su alma…
Horace McCoy, ¿Acaso no matan a los caballos?, Punto de lectura, 2007. La traducción al españolete no logra arruinar el libro.
Pena de muerte: Lewis Thomas
En un lúcido libro sobre la naturaleza del ensayo (perdón por el oxímoron), el maestro Jaime Alberto Vélez presenta al final una breve selección de ensayos magistrales. Allí aparece la siguiente maravilla sobre un fenómeno bastante raro en Colombia (queremos pensar que la reciente muerte del maestro Vélez fue parecida a la de los protagonistas del texto).
De la muerte natural
Lewis Thomas
Existe tal cantidad de libros nuevos sobre la muerte, que ahora poseen estantes especializados en las librerías, al lado de esas ediciones en rústica sobre las dietas sanas, las reparaciones caseras y los manuales sobre el sexo. Algunos de ellos están tan llenos de información detallada y de instrucciones paso a paso para realizar la función, que se podría creer que se trata de un nuevo tipo de destreza que hoy necesitamos aprender todos. La impresión más clara que recibe un lector desprevenido, al hojearlos, es que morir como se debe se ha convertido en una experiencia extraordinaria, inclusive exótica, que sólo podrían lograr con éxito los especialistas en el tema.
Se podría, al mismo tiempo, hacerle creer al lector que somos las únicas criaturas capaces de darnos cuenta de la muerte, y que el hecho de que el resto de la naturaleza pase por la muerte, generación tras generación, constituye un proceso distinto, automático y trivial, más natural, según suele decirse.
Este verano, a un olmo de nuestro jardín le cayó un rayo, y se desplomó, muerto como una piedra, y quedó sin hojas de un día para otro. Un fin de semana era un olmo de aspecto normal, un poco desnudo de algunas partes, aunque nada alarmante, pero al siguiente fin de semana se había ido, había pasado, había partido, se lo habían llevado. Se lo habían llevado es la expresión correcta, porque el cirujano de árboles apareció ayer con un equipo de jóvenes ayudantes y sus poleas, lo desmembraron rama por rama, y se lo llevaron en el volco de un camión rojo, mientras cantaban.
La muerte de un ratón de campo, en las fauces de un amable gato casero, es un espectáculo que he presenciado muchas veces. Antes me fruncía. Hace mucho dejé de arrojarle palos al gato para que soltara el ratón, pues, una vez liberado, regularmente moría de todos modos; pero siempre lanzaba al gato palabras ofensivas para hacerle saber en qué clase de animal se había convertido. Pensaba que la naturaleza era abominable.
En estos días he estado pensando acerca de aquellos ratones, y me pregunto si su muerte difiere tanto de la de nuestro olmo. La principal diferencia, si existe alguna, residiría en el asunto del dolor. No creo que el olmo tenga receptores para el dolor, e inclusive así, me parece que el rayo representa una forma relativamente indolora de irse, aun cuando los árboles tuvieran terminaciones nerviosas, que por supuesto no tienen. Pero la cola del ratón que se balancea entre los colmillos de un gato gris ya es algo distinto, que induce a suponer un sufrimiento insoportable en todo ese pequeño cuerpo.
En la actualidad existen algunas razones creíbles para pensar que esto no es así de ninguna manera y que, antes por el contrario, se puede construir una historia completamente distinta sobre el ratón y su muerte. En el instante en que es atrapado y los colmillos penetran en él, las células del hipotálamo y de la hipófisis liberan hormonas péptidas. Al instante, estas sustancias, llamadas endorfinas, se adhieren a las superficies de otras células encargadas de la percepción del dolor. De ahí que el ratón parezca siempre balancearse, lánguidamente, en las fauces del gato, y que se quede tan tranquilo, sin forcejeo, cuando éste lo suelta, aun antes de que las lesiones sufridas lo maten. Si el ratón pudiera encogerse de hombros, lo haría.
No estoy seguro de que esto sea verdad o no, ni tampoco sé cómo podría demostrarlo si lo fuera. A lo mejor si pudiera intervenir con prontitud y administrar naloxona, antídoto específico de la morfina, podrían neutralizarse las endorfinas y se observaría la aparición del dolor, pero esto no es algo que me interese ver o comprobar. Creo que lo dejaré ahí, como un buen acertijo de la muerte de un ratón atrapado por un gato, o tal vez acerca de la muerte en general.
Montaigne vislumbró la muerte, a raíz de una experiencia que lo acercó a ella: un accidente hípico. Quedó tan mal herido, que sus compañeros lo creyeron muerto y lo condujeron a su casa entre lamentos, “todos ensangrentados, manchados de arriba abajo con la sangre que yo había arrojado. A pesar de haber estado “muerto durante dos horas enteras”, recuerda, maravillado, el episodio:
Me parecía que mi vida pendía sólo de la punta de mis labios. Cerré los ojos, según me pareció, para ayudarla a salir y llegué a encontrar placer en irme poniendo cada vez más lánguido y dejándome ir. Era una idea que sólo flotaba en la superficie de mi alma, tan delicada y débil como todo el resto; pero no sólo libre de sufrimiento, sino mezclada con esa dulce sensación que experimentan las personas cuando se dejan deslizar en el sueño. Creo que éste es el mismo estado en que se encuentran las personas a las que vemos desmayarse en la agonía de la muerte, y sostengo que las compadecemos sin motivo… Para acostumbrarse a la idea de la muerte, creo que no haya nada como haber estado cerca de ella.
Más tarde, en otro ensayo, Montaigne vuelve sobre el tema:
Si no sabe usted cómo morir, no se inquiete, la naturaleza le dará instrucciones completas y suficientes en un momento, ella tomará por su cuenta el asunto; usted no se preocupe por ello.
El peor accidente que haya presenciado ocurrió en Okinawa, en los primeros días de la invasión, cuando un jeep chocó contra un transporte de tropas y se aplastó hasta quedar casi plano. Dentro del vehículo había dos jóvenes policías militares, atrapados por el metal doblado, mortalmente heridos ambos, y a quienes sólo se les veía la cabeza y los hombros. Sostuvimos una conversación mientras algunos, con herramientas adecuadas, trataban de liberarlos. Dijeron que lamentaban el accidente. Nos sentimos bien, añadieron. Uno de ellos preguntó si todos los demás estaban bien. Bueno, dijo el otro, ahora no hay prisa. Y entonces murieron.
El dolor es útil para evitar, para escapar cuando hay tiempo de hacerlo, pero cuando se trata de un juego final sin regreso, probablemente el dolor se desconecte y los mecanismos para hacerlo sean maravillosamente precisos y rápidos. Si yo tuviera que diseñar un ecosistema en el que las criaturas debieran abandonarse unas a otras, y en el que la muerte fuera parte indispensable de la vida, no podría pensar en una mejor forma de disponer las cosas.
Jaime Alberto Vélez, El ensayo. Entre la aventura y el orden, Taurus, 2000.
De la muerte natural
Lewis Thomas
Existe tal cantidad de libros nuevos sobre la muerte, que ahora poseen estantes especializados en las librerías, al lado de esas ediciones en rústica sobre las dietas sanas, las reparaciones caseras y los manuales sobre el sexo. Algunos de ellos están tan llenos de información detallada y de instrucciones paso a paso para realizar la función, que se podría creer que se trata de un nuevo tipo de destreza que hoy necesitamos aprender todos. La impresión más clara que recibe un lector desprevenido, al hojearlos, es que morir como se debe se ha convertido en una experiencia extraordinaria, inclusive exótica, que sólo podrían lograr con éxito los especialistas en el tema.
Se podría, al mismo tiempo, hacerle creer al lector que somos las únicas criaturas capaces de darnos cuenta de la muerte, y que el hecho de que el resto de la naturaleza pase por la muerte, generación tras generación, constituye un proceso distinto, automático y trivial, más natural, según suele decirse.
Este verano, a un olmo de nuestro jardín le cayó un rayo, y se desplomó, muerto como una piedra, y quedó sin hojas de un día para otro. Un fin de semana era un olmo de aspecto normal, un poco desnudo de algunas partes, aunque nada alarmante, pero al siguiente fin de semana se había ido, había pasado, había partido, se lo habían llevado. Se lo habían llevado es la expresión correcta, porque el cirujano de árboles apareció ayer con un equipo de jóvenes ayudantes y sus poleas, lo desmembraron rama por rama, y se lo llevaron en el volco de un camión rojo, mientras cantaban.
La muerte de un ratón de campo, en las fauces de un amable gato casero, es un espectáculo que he presenciado muchas veces. Antes me fruncía. Hace mucho dejé de arrojarle palos al gato para que soltara el ratón, pues, una vez liberado, regularmente moría de todos modos; pero siempre lanzaba al gato palabras ofensivas para hacerle saber en qué clase de animal se había convertido. Pensaba que la naturaleza era abominable.
En estos días he estado pensando acerca de aquellos ratones, y me pregunto si su muerte difiere tanto de la de nuestro olmo. La principal diferencia, si existe alguna, residiría en el asunto del dolor. No creo que el olmo tenga receptores para el dolor, e inclusive así, me parece que el rayo representa una forma relativamente indolora de irse, aun cuando los árboles tuvieran terminaciones nerviosas, que por supuesto no tienen. Pero la cola del ratón que se balancea entre los colmillos de un gato gris ya es algo distinto, que induce a suponer un sufrimiento insoportable en todo ese pequeño cuerpo.
En la actualidad existen algunas razones creíbles para pensar que esto no es así de ninguna manera y que, antes por el contrario, se puede construir una historia completamente distinta sobre el ratón y su muerte. En el instante en que es atrapado y los colmillos penetran en él, las células del hipotálamo y de la hipófisis liberan hormonas péptidas. Al instante, estas sustancias, llamadas endorfinas, se adhieren a las superficies de otras células encargadas de la percepción del dolor. De ahí que el ratón parezca siempre balancearse, lánguidamente, en las fauces del gato, y que se quede tan tranquilo, sin forcejeo, cuando éste lo suelta, aun antes de que las lesiones sufridas lo maten. Si el ratón pudiera encogerse de hombros, lo haría.
No estoy seguro de que esto sea verdad o no, ni tampoco sé cómo podría demostrarlo si lo fuera. A lo mejor si pudiera intervenir con prontitud y administrar naloxona, antídoto específico de la morfina, podrían neutralizarse las endorfinas y se observaría la aparición del dolor, pero esto no es algo que me interese ver o comprobar. Creo que lo dejaré ahí, como un buen acertijo de la muerte de un ratón atrapado por un gato, o tal vez acerca de la muerte en general.
Montaigne vislumbró la muerte, a raíz de una experiencia que lo acercó a ella: un accidente hípico. Quedó tan mal herido, que sus compañeros lo creyeron muerto y lo condujeron a su casa entre lamentos, “todos ensangrentados, manchados de arriba abajo con la sangre que yo había arrojado. A pesar de haber estado “muerto durante dos horas enteras”, recuerda, maravillado, el episodio:
Me parecía que mi vida pendía sólo de la punta de mis labios. Cerré los ojos, según me pareció, para ayudarla a salir y llegué a encontrar placer en irme poniendo cada vez más lánguido y dejándome ir. Era una idea que sólo flotaba en la superficie de mi alma, tan delicada y débil como todo el resto; pero no sólo libre de sufrimiento, sino mezclada con esa dulce sensación que experimentan las personas cuando se dejan deslizar en el sueño. Creo que éste es el mismo estado en que se encuentran las personas a las que vemos desmayarse en la agonía de la muerte, y sostengo que las compadecemos sin motivo… Para acostumbrarse a la idea de la muerte, creo que no haya nada como haber estado cerca de ella.
Más tarde, en otro ensayo, Montaigne vuelve sobre el tema:
Si no sabe usted cómo morir, no se inquiete, la naturaleza le dará instrucciones completas y suficientes en un momento, ella tomará por su cuenta el asunto; usted no se preocupe por ello.
El peor accidente que haya presenciado ocurrió en Okinawa, en los primeros días de la invasión, cuando un jeep chocó contra un transporte de tropas y se aplastó hasta quedar casi plano. Dentro del vehículo había dos jóvenes policías militares, atrapados por el metal doblado, mortalmente heridos ambos, y a quienes sólo se les veía la cabeza y los hombros. Sostuvimos una conversación mientras algunos, con herramientas adecuadas, trataban de liberarlos. Dijeron que lamentaban el accidente. Nos sentimos bien, añadieron. Uno de ellos preguntó si todos los demás estaban bien. Bueno, dijo el otro, ahora no hay prisa. Y entonces murieron.
El dolor es útil para evitar, para escapar cuando hay tiempo de hacerlo, pero cuando se trata de un juego final sin regreso, probablemente el dolor se desconecte y los mecanismos para hacerlo sean maravillosamente precisos y rápidos. Si yo tuviera que diseñar un ecosistema en el que las criaturas debieran abandonarse unas a otras, y en el que la muerte fuera parte indispensable de la vida, no podría pensar en una mejor forma de disponer las cosas.
Jaime Alberto Vélez, El ensayo. Entre la aventura y el orden, Taurus, 2000.
miércoles, 12 de diciembre de 2007
Literatura femenina y aniversario de la Yourcenar
"En el avión, cerca de ti, ya no le tengo miedo al peligro.
Uno sólo muere cuando está solo. "
Margarita Yourcenar, de Fuegos
Debemos comenzar por decir que no creemos que exista una cosa tal como la literatura femenina. Sería no sólo una falta de respeto sino un chiste de mal gusto. Afirmar tal cosa es tanto como creer que hay literatura de enanos, de sifílicos o de astronautas.
La literatura es una y es o no es independientemente de si la ha escrito un hombre, una mujer un trasvesti, un negro o un extraterrestre.
Sin embargo, sí creemos que se puede hablar de literatura con una voz femenina. Y desde este punto de vista también se puede hablar de literatura negra, literatura de sifílicos, y demás.
Un caso paradigmatico es el de Margarit Yourcenar, una escritora que tiene una voz que difícilmente puede ser igualada por un hombre. Y esto se debe a ciertas maneras de ver el mundo, de atravezarlo desde la condición femenina, de encontrar en él aquello que sólo se puede apresar cuando se tiene vientre, cuando se entiende cierta dimensión de los acontecimientos que va más allá de la masculina.
Eso del vientre es mucho más que algo biológico, las mujeres tienen la condición de recibir, de ser receptáculos, están hechas para ser atravesadas por el mundo y pregnadas por el. ¿pregnadas? Nos atrevemos a decir preñadas, sí preñadas por él, por eso su ejercicio literario, cuando es honesto, cuando es un verdadero parto difícil, de sietemesino querido y sin padre, da lugar a un alumbramiento, a una nueva mirada del mundo, a un nuevo objeto en el mundo.
El hombre es en cambio, sin que esto sea bueno o malo, tan sólo una descripción, un transformador, cuando mucho un deformador que lleva sus universos incluso hasta formas ya nada parecidas a aquello de lo que recibieron la materia prima.
En la auténtica voz femenina nos encontramos con un nacimiento, con la conjunción de un objeto activo que es el mundo (¿esperma?) con uno pasivo que es la mirada femenina, que es al mismo tiempo óvulo y utero, para que aparezca algo nuevo en el universo, algo, en las palabras de Vicente Huidobro, que “amuebla el mundo”
En Memorias de Adriano (1951) Yourcenar nos plantea una novela que es casi un poema de 400 páginas. Podría sonar peyorativo para algunas feministas, pero la filigrana que encierra la construcción de tan precioso objeto sólo pudo haber sido realizada por las manos de una mujer, una que podría bordar todo el día por muchísimos días en punto de cruz cuidando cada detalle, cada color. Que cada momento marque un compás.
Sin embargo no es una literatura ni mucho menos comprometida o femenina, muchos de los personajes principales de Yourcenar son hombres, la mayoría. Pero el asunto está en la voz, tanto si se trata de una escena de amor como si se trata de un combate entre dos hombres que tratan de arrancarse la vida.
Otro ejemplo interesante de una voz femenina muy fuerte se encuentra en la obra de la poeta colombiana Piedad Bonnet, una mujer que teje una historia completa a través de su libro de poemas “Todos los amantes son guerreros”. Allí logra mostrar a la mujer en ese arco que es el enamoramiento, la rutina, el rompimiento y la soledad, para terminar concluyendo que: “El amado, pobrecito, es sólo un ser imaginario”. De nuevo el asunto no es de género porque cada lector en una de esas tusas que solemos tener los hombres cada quince días, podría ser el protagonista de esos poemas. Pero tuvieramos el talento que tiene ella, o el doble, no podríamos escribir esos versos, hay algo en el tono a lo que no tenemos acceso desde la posición masculina.
Es también claro que esta mirada no es una obligación en la escritora y hay muchas que uno podría leer sin enterarse de si quien escribe es un hombre o una mujer. Laura Restrepo, por ejemplo, es un claro ejemplo de esto, sus textos obedecen a una intención literaria y su condición femenina no permea sus novelas. E incluso, ella así mismo lo reconoce, no le interesa que así sea.
De todas formas hay una feliz coincidencia cuando una mujer hace literatura y además entrega algo de ese tono único que la identifica. Hay más ahí de un tipo de escritura que es preferible y es la que entrega las entrañas. Y entregar es mucho más difícil que impostar, con un grave peligro además, es más fácil equivocarse.
En la conciencia de lo que se intenta puede estar este peligro, y creemos que la mujer que trate de escribir literatura femenina ya está perdiendo de entrada, pero además está dejando en claro que está jugando en las ligas menores, y que bien puede estar al lado de los escritores que tratan de encontrar un nicho y aprovecharlo.
No hay que hacer mucho esfuerzo para encontrarse con eso, como cuando se lee a Isabel Allende, se nota en sus libros una clara idea de entrar en un mercado.
Por eso cuando alguna se arroga el título de poetisa, hay que sospechar, poeta, señoras y señoritas, si lo son de verdad, son poetas. Poetisa fue una palabra que se puso en el diccionario para usar una segunda categoría dentro de este género literario, y nada peor que hablar de poetas y poetisas o de escritores mayores y menores, pero esta es otra discusión que hoy no viene al caso.
sábado, 8 de diciembre de 2007
Vale más que ochocientas páginas
Una vez nos contó Alberto Salcedo la siguiente historia en Manizales. Invitaron a Juan Manuel Roca para que oficiara de jurado en un concurso literario en Antioquia (en Envigado, tal vez). De todos los manuscritos que leyó el poeta, recuerda uno especialmente. Se trataba de una extensa novela (más o menos ochocientas páginas) intitulada El Maizal, que contaba la historia de amor entre Efraín y María. Roca leyó unas cuantas páginas iniciales y, cansado de los obstáculos que impedían a los protagonistas disfrutar su enamoramiento, pasó al final. Allí se encontró con que, por fin, Efraín y María pudieron ser felices. La novela remataba, memorablemente, con algo como esto: “Y después de tantas peripecias, Efraín y María pudieron consumar su amor allí en el maizal, como se aprecia en la siguiente fotografía”, y en efecto, aparecía una foto con Efraín sentado en medio del maizal, poncho, sombrero y palillo entre los dientes, abrazando a una gozosa María. Suponemos que fue la que ganó.
Reserva del sumario: Rafael Barrett
Gregorio Morán ha rescatado en un libro recientemente publicado por Anagrama la figura de Rafael Barrett, nacido en 1867 y muerto en 1910. Un escritor delicioso e increíblemente olvidado. Dice en la contracarátula:
«El único libro que llegó a publicar en vida fue Moralidades actuales. Luego se editaron antologías y recopilaciones de sus obras, desordenadas e incompletas. De padre inglés y madre española, a los veinte años se trasladó a Madrid para estudiar ingeniería. Atractivo, culto y adinerado, además de estudiar el joven Barrett se dedicó a disfrutar las posibilidades que le ofrecía el Madrid castizo y bohemio a finales del siglo XIX. Frecuentará salones literarios y mujeres de mala vida y se verá involucrado en más de un duelo (asunto de honor por el que sentía enfermiza atracción). Sin embargo, a raíz de un delirante altercado con el influyente duque de Arión, Rafael Barrett se vio obligado a exiliarse en Paraguay, país en el que se casó y donde desarrolló la mayor parte de su brevísima producción literaria (artículos y aforismos que fueron apareciendo en diversos periódicos) ».
El texto que causó el asombro de Morán e inició su búsqueda es el siguiente, que le fue leído por un amigo en una conversación telefónica:
«Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada. La propiedad me ha hecho cruel.
Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y de dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llenó para mí de presuntos ladrones y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.
Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecían criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.
¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario.»
Un par de Epifonemas de Barrett que Morán usa como epígrafes de sendos capítulos:
«El agradecimiento. Tenía el bandolero un trabuco, dos pistolas, un cuchillo de monte, y en el camino a nadie se veía.
Le di el reloj, los gemelos, el alfiler de corbata y cuanto dinero llevaba. No se contentó, y le di mi traje, mi sombrero y mis zapatos. Pero también le gustó mi ropa blanca.
Al alejarme, desnudo, le dije con los ojos llenos de lágrimas de gratitud:
–¡Le debo la vida!».
«Jack—. Después de haber degollado a su víctima, la arrancó los pezones y la abrió el vientre. Le sorprendí en esta última ocupación.
–¿Por qué hace usted eso? –le pregunté.
Levantó sus ojos, estragados de literatura, y me contestó:
–¡Por la gloria!».
Ahora que las editoriales publican cualquier cosa y que los sindicalistas exigen lo mismo, nosotros exigimos que alguien, por lo que más quiera, reedite a Barrett.
Gregorio Morán, Asombro y búsqueda de Rafael Barrett, Anagrama, 2007. ¡Ah!, se nos olvidaba: lo compramos en la librería Libélula, en Manizales.
«El único libro que llegó a publicar en vida fue Moralidades actuales. Luego se editaron antologías y recopilaciones de sus obras, desordenadas e incompletas. De padre inglés y madre española, a los veinte años se trasladó a Madrid para estudiar ingeniería. Atractivo, culto y adinerado, además de estudiar el joven Barrett se dedicó a disfrutar las posibilidades que le ofrecía el Madrid castizo y bohemio a finales del siglo XIX. Frecuentará salones literarios y mujeres de mala vida y se verá involucrado en más de un duelo (asunto de honor por el que sentía enfermiza atracción). Sin embargo, a raíz de un delirante altercado con el influyente duque de Arión, Rafael Barrett se vio obligado a exiliarse en Paraguay, país en el que se casó y donde desarrolló la mayor parte de su brevísima producción literaria (artículos y aforismos que fueron apareciendo en diversos periódicos) ».
El texto que causó el asombro de Morán e inició su búsqueda es el siguiente, que le fue leído por un amigo en una conversación telefónica:
«Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada. La propiedad me ha hecho cruel.
Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y de dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llenó para mí de presuntos ladrones y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.
Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecían criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.
¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario.»
Un par de Epifonemas de Barrett que Morán usa como epígrafes de sendos capítulos:
«El agradecimiento. Tenía el bandolero un trabuco, dos pistolas, un cuchillo de monte, y en el camino a nadie se veía.
Le di el reloj, los gemelos, el alfiler de corbata y cuanto dinero llevaba. No se contentó, y le di mi traje, mi sombrero y mis zapatos. Pero también le gustó mi ropa blanca.
Al alejarme, desnudo, le dije con los ojos llenos de lágrimas de gratitud:
–¡Le debo la vida!».
«Jack—. Después de haber degollado a su víctima, la arrancó los pezones y la abrió el vientre. Le sorprendí en esta última ocupación.
–¿Por qué hace usted eso? –le pregunté.
Levantó sus ojos, estragados de literatura, y me contestó:
–¡Por la gloria!».
Ahora que las editoriales publican cualquier cosa y que los sindicalistas exigen lo mismo, nosotros exigimos que alguien, por lo que más quiera, reedite a Barrett.
Gregorio Morán, Asombro y búsqueda de Rafael Barrett, Anagrama, 2007. ¡Ah!, se nos olvidaba: lo compramos en la librería Libélula, en Manizales.
viernes, 7 de diciembre de 2007
En serio
Como no todo puede ser relajación, y mientras conseguimos algún caricaturista que le ponga ese tono gris que necesita este blog, aquí va una selección de la sabiduría acumulada desde los más antiguos textos de la literatura hasta nuestros días.
Mira la obra de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que él torció? (Eclesiastés, 7-13).
No seas demasiado justo, ni seas sabio en exceso; ¿por qué habrás de destruirte? (Eclesiastés, 7-16).
Y la verdad os hará libres. (Atribuida a Jesús por Juan, 8-31).
Y la vida del hombre es solitaria, corta, brutal y miserable. Thomas Hobbes.
Donde hay poca justicia es un peligro tener razón. Quevedo.
Aire: sustancia nutritiva con que la generosa providencia engorda a los pobres. Ambrose Bierce.
Aire: materia en que la naturaleza fue extraordinariamente generosa para evitar que los pobres murieran por falta de. Millôr Fernandes.
Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos. (Atribuida a Jesús por sus discípulos).
Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo ya no sabe dónde podrá detenerse. Thomas de Quincey.
El pueblo no elige a quien lo cura, sino a quien lo droga. Nicolás Gómez Dávila.
El patriotismo es el refugio del canalla. Es el hombre que más grita. Mark Twain.
Constitución brasileña: Todo ser humano tiene derecho a la muerte, la prisión y la búsqueda de la infelicidad. Millôr Fernandes.
Los utopistas no reparan en medios; con tal de hacer feliz al hombre están dispuestos a matarle, torturarle, incinerarle, exiliarle, descuartizarle, lobotomizarle, electrocutarle, enviarle a la guerra, bombardearle, etcétera. Rodolfo Wilcock.
Mira la obra de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que él torció? (Eclesiastés, 7-13).
No seas demasiado justo, ni seas sabio en exceso; ¿por qué habrás de destruirte? (Eclesiastés, 7-16).
Y la verdad os hará libres. (Atribuida a Jesús por Juan, 8-31).
Y la vida del hombre es solitaria, corta, brutal y miserable. Thomas Hobbes.
Donde hay poca justicia es un peligro tener razón. Quevedo.
Aire: sustancia nutritiva con que la generosa providencia engorda a los pobres. Ambrose Bierce.
Aire: materia en que la naturaleza fue extraordinariamente generosa para evitar que los pobres murieran por falta de. Millôr Fernandes.
Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos. (Atribuida a Jesús por sus discípulos).
Si uno empieza por permitirse un asesinato, pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente. Una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo ya no sabe dónde podrá detenerse. Thomas de Quincey.
El pueblo no elige a quien lo cura, sino a quien lo droga. Nicolás Gómez Dávila.
El patriotismo es el refugio del canalla. Es el hombre que más grita. Mark Twain.
Constitución brasileña: Todo ser humano tiene derecho a la muerte, la prisión y la búsqueda de la infelicidad. Millôr Fernandes.
Los utopistas no reparan en medios; con tal de hacer feliz al hombre están dispuestos a matarle, torturarle, incinerarle, exiliarle, descuartizarle, lobotomizarle, electrocutarle, enviarle a la guerra, bombardearle, etcétera. Rodolfo Wilcock.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)