Hace poco cuando publiqué algunas fotos de la presentación del libro Gol. Cuentos de fútbol en mi Facebook, un amigo que vive ahora en los Estados Unidos y enseña literatura y español en la Universidad de Texas, me escribió lo siguiente: “Claro que reconocí a Daniel. Y lo lindo que era el nene y lo bonito que cantaba y lo serio que aparece en la foto, es de no creer. Uno de los viejos sí lo reconozco porque recuerdo haberlo visto muchas veces en Palabras y creo que es o era profesor de derecho. Del otro no me acuerdo, quizás nunca lo conocí”. Daniel es mi hermano, a quien le dediqué mi cuento en el volumen y aparece en una de las fotos, en el medio de don Efraim y yo (Palabras es una librería de Manizales). Pero lo que quiero resaltar es la referencia a “uno de los viejos”, quien es obviamente el Dr. José Fernando Calle, una presencia tutelar en las vidas de muchos de nosotros. (Aquí y entre paréntesis y entre nosotros: me compré un Simth & Wesson calibre 38, recortado, y lo cargaba en el tobillo. El sábado me dio por pegarme un tiro, pero antes redacté una misiva lacrimógena de despedida. Cuando mandé la mano al tobillo, nada de revólver: boté el hijueputa. El Dr. Calle, sin embargo, desconocedor del desaguisado, me escribió una hermosa carta regañándome por esa estúpida decisión). Sí, ha sido una presencia tutelar, no real del todo, como en una de las fotos, en la que, al lado de don Efraim, el Dr. Calle apenas mira alelado, como lo ve todo. Es el escritor más interesante que he conocido personalmente –y he conocido un viajao. Tanto más meritorio cuanto que casi no escribe. Habla bajo, como en voz con sordina, y escribe menos de lo que conversa. Como un perfume imposiblemente perfecto, sus notas en el Boletín de Libélula libros son la destilación de una voz, de una mirada esencialmente literaria. Es la única persona que conozco que exhala literatura sin ser chocante. La única en la que literatura y vida son una misma cosa. Y sin más preámbulos, aquí va el cuento que condescendió a publicar en Gol. Verán, pues, que me quedé corto.
Un cuento sobre fútbol
Habría podido hacer algunas averiguaciones; hoy en día es muy sencillo: basta poner un nombre en un aparato y sale más información de la precisa. El nombre sería: Montanini, y ahí mismo sabría el año etcétera. Pero no se trata de un informe para complacer a los periodistas del jurado, sino del relato de un suceso: que eso es un cuento. Y al cuento conviene, también habrá escrito Borges, la inexactitud de la memoria.
Montanini era un jugador de fútbol; vino (según creo) de la Argentina a jugar para el Bucaramanga. Iba a poner que su nombre de pila: Américo rimaba con Atlético, que era el primero del Bucaramanga; pero no tiene gracia. La gracia de Montanini era que había inventado, mejor dicho: confeccionado, una suerte que los Carlosantoniovélez de entonces llamaron: “la bordadora”. Consistía en unos pases exactos en zigzag, a muy corta distancia, que iban componiendo un verdadero bordado.
El Bucaramanga iba ese domingo a Pereira, al estadio Mora Mora; el partido no era gran cosa: no sería delicado poner que ni uno ni otro equipo han sido gran cosa nunca. Pero mi papá decidió que iríamos: mi hermano y yo estábamos destinados a ser su auditorio, a oírle su explicación de “la bordadora”. Y como, para apreciar el prodigio, debíamos estar bien arriba compró boletas de preferencia. Valía la pena el gasto: si teníamos suerte, íbamos a contemplar el arte efímero en una jugada.
Y sucedió. Sobre la hierba del Mora Mora ocurrió el milagro: dos hombres de amarillo, uno de ellos Montanini ¡claro!, se turnaban el balón y avanzaban como agujas bailarinas, burlando la defensa local. En mi recuerdo mi papá se alza para siempre y para siempre nos lo señala. Y también para siempre advierte que, desentendido del suceso extraordinario: de espaldas a la cancha, mi hermano atisba hacia afuera por entre los ladrillos.
Montanini era un jugador de fútbol; vino (según creo) de la Argentina a jugar para el Bucaramanga. Iba a poner que su nombre de pila: Américo rimaba con Atlético, que era el primero del Bucaramanga; pero no tiene gracia. La gracia de Montanini era que había inventado, mejor dicho: confeccionado, una suerte que los Carlosantoniovélez de entonces llamaron: “la bordadora”. Consistía en unos pases exactos en zigzag, a muy corta distancia, que iban componiendo un verdadero bordado.
El Bucaramanga iba ese domingo a Pereira, al estadio Mora Mora; el partido no era gran cosa: no sería delicado poner que ni uno ni otro equipo han sido gran cosa nunca. Pero mi papá decidió que iríamos: mi hermano y yo estábamos destinados a ser su auditorio, a oírle su explicación de “la bordadora”. Y como, para apreciar el prodigio, debíamos estar bien arriba compró boletas de preferencia. Valía la pena el gasto: si teníamos suerte, íbamos a contemplar el arte efímero en una jugada.
Y sucedió. Sobre la hierba del Mora Mora ocurrió el milagro: dos hombres de amarillo, uno de ellos Montanini ¡claro!, se turnaban el balón y avanzaban como agujas bailarinas, burlando la defensa local. En mi recuerdo mi papá se alza para siempre y para siempre nos lo señala. Y también para siempre advierte que, desentendido del suceso extraordinario: de espaldas a la cancha, mi hermano atisba hacia afuera por entre los ladrillos.
4 comentarios:
Vaya, un cuento fundacional: el origen, el inventor de algo que en mi niñez, durante mis poquísimos encuentros con el fútbol, llamábamos "una pared". Y qué hermoso homenaje al Dr. Calle.
Arriba el doctor Pérez, abajo el profe Vélez.
P.S: No le crean a Camilo, que él no sabe cómo patear un balón.
y te la perdiste, malparido!
jejeje.
En 1980 Montanini era el técnico del Bucaramanga, lo recuerdo una noche lluviosa en el Atanasio con una chauqeta azul que no disimulaba su enorme panza...el Mora Mora lo conocí cuando vivía en Pereira en 1978..era un chaamizal en ruinas, aún así jugamos. Gracias por el cuento y la nostalgia.
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